Por la separación de sus padres, Romina López creció viviendo un infierno. “Cuando yo tenía seis años, mis padres se separaron y ahí empezaron mis problemas. Desde esa edad sufrí con problemas espirituales, tenía mucho miedo y pesadillas”, recuerda.
El tiempo pasó, y Romina formó una familia, pero la felicidad seguía siéndole esquiva: “A los 13 años conocí a un hombre 20 años mayor que yo y quedé embarazada. Él era una persona adicta a las drogas, al alcohol y al juego. Me trataba muy mal física y verbalmente, se iba por semanas y me dejaba sola con mi hijo. Los vecinos nos daban para comer porque él no me dejaba ni para la leche.
Cuando me quedaba sola sufría ataques de pánico, me daba mucho miedo, me arrancaba los pelos y me golpeaba yo misma. Un día, él llegó drogado y yo estaba en la casa de una vecina, cuando volví me agarró del cuello y me quiso ahorcar. Entonces me fui a vivir con mi mamá hasta que conocí a quien hoy es mi marido”.
“Fuimos a vivir juntos. Al tiempo él perdió el trabajo y comenzaron a surgir deudas. Por esa situación se puso agresivo y me humillaba. No podía quedarme sola, cuando oscurecía me daban ataques de pánico. Fui varias veces a buscar ayuda en los espíritus, pero fue peor. Me deprimí, dejé de atender a mis hijos y a mi marido, no me higienizaba. Un día estábamos discutiendo y agarré un cuchillo para intentar matarme pero mi marido me detuvo”.
En ese punto límite, apareció el socorro que tanto necesitaban. “Decidimos buscar ayuda. Él llegó primero a la iglesia y, al verlo distinto, lo acompañé. Después de participar de la primera reunión pude dormir bien. Perseverando, poniendo en práctica lo que aprendíamos nuestro matrimonio se fue transformado y pagamos todas las deudas. Compramos un terreno donde estamos terminando una casa. Mi marido tiene su emprendimiento. Hoy no nos privamos de nada, tenemos nuestro auto 0 km y estamos muy felices”, finaliza Romina.
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