“Yo luché mucho para que él llegara a la iglesia, porque estaba mal. Era alcohólico, fumaba tabaco y marihuana. Cuando llegó se liberó, pero después de un tiempo, se involucró con una chica y finalmente, se fue con la chica a servir a los espíritus.
Llegaba borracho y se encerraba todo el fin de semana. Veía eso y me fui debilitando, gracias a Dios, tuve ayuda del pastor, luchamos por él. Hice un voto con Dios y fue duro porque lo veía fumar, pelear y discutir con la chica.
Una madrugada, llegué y lo encontré en un rincón, llorando, temblando, pidiendo ayuda porque lo iban por matar.
Ahí le dije que la única solución que tenía era volver a Dios, le dije que me dejara ayudarlo. Tuve que ser fuerte, le pedí a Dios que me ayudara a sacarlo de esa situación, se calmó y esperamos hasta que abriera la iglesia. Ese mismo día todo comenzó a cambiar. Habló con el pastor, estaba en un pozo depresivo tremendo.
Sabía que no era fácil, pero creía que Dios lo iba a cambiar. Ahora está liberado, ese vacío que tenía se llenó con el Espíritu Santo”.
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