Olga Domínguez no vivía tranquila porque cargaba consigo mucho miedo a la traición y cuando se fue a vivir con su pareja creyendo que iban a ser felices, comenzaron los problemas. “Yo pensaba que él me estaba engañando cada vez que se tardaba, maquinaba sin parar dónde estará, con quién se habrá ido, qué estará haciendo. Siempre estaba a la defensiva porque me acordaba de cómo sufría mi madre por las infidelidades de mi padre y eso provocaba muchas peleas entre nosotros”, recuerda ella.
Cada dos o tres meses había que comprarle antibióticos y antipiréticos a sus hijos porque vivían enfermos. En un momento su hija, que estaba enferma con un soplo en el corazón, necesitaba una cierta medicación y no se la podían comprar.
“A mi esposo le gustaba fumar mucho y tomar alcohol todos los fines de semana, en eso se nos iba mucho dinero. Recuerdo que siempre pedía fiado, era humillante. Esta situación me provocó depresión, no tenía ganas de hacer nada, dormía hasta muy tarde y a la noche tenía pesadillas, insomnio y dolores de cabeza. Quería irme de mi casa y separarme de mi esposo, pero cuando él estaba lejos lo extrañaba. Llegamos a no poder hablar, todo era peleas, él ya no quería comer, no podíamos compartir nada. El cariño y el respeto habían desaparecido”, agrega.
Cuando ella se acercó a la Universal, comenzó a participar de las reuniones determinada a cambiar de vida. “Hice todo lo que me indicó el pastor, perseveré, porque no fue fácil, pero de no tener ganas de vivir pasé a ser una mujer llena de alegría y fuerza para luchar por una vida mejor. Iba caminando a la iglesia porque estaba muy mal económicamente, pero fui saliendo adelante, vencí los celos enfermizos y hoy me siento muy bien, feliz, tengo paz y proyectos. Veo a mi familia realizada, mi hija está sana y con mi esposo la relación es otra, ahora estamos unidos y nos amamos profundamente”.
[related_posts limit=”17″]