Santiago Anfuso dejó su infancia y se refugió en la noche para superar lo que estaba viviendo en su interior: “Primero salía a bailar los fines de semana, después lo hacía de lunes a lunes. A los 12 años comencé con el consumo de drogas. Era adicto al cigarrillo, al alcohol, a la marihuana y a la cocaína”.
Transcurrió un tiempo y él se perdió, nada de lo que hacía lo ayudaba para lidiar con su dolor: “Vivía peleando, pasaba tiempo con personas en situación de calle por lo mal que estaba”.
Su vida continuaba, pero él ya había perdido el control de sus actos. Cada cosa que hacía lo empujaba más al borde del abismo: “Me echaron del colegio por llevar armas blancas. Las usaba porque peleaba con personas de otros barrios que venían a buscarme. Terminé estudiando de noche”.
Los días pasaban, él no le encontraba sentido a nada. Sus adicciones eran el resultado de su estado espiritual: “Intenté dejarlas, pero continuaba decayendo. Tuve dos sobredosis, una con convulsiones y la otra con desmayos”.
Necesitaba descargarse, desahogarse de ver que sus sueños se habían frustrado, tenía un hijo, pero no era el padre que quería ser: “Iba a entrenar solo para pelearme. Así vivía de lunes a lunes”.
La salud de Santiago se deterioraba a medida que pasaban los días: “Tuve gastritis nerviosa. Tenía dolores de cabeza constantes. Cuando me iba a dormir sufría tormentos espirituales. Me quería levantar y no lo lograba, era como si no pudiera respirar”.
Él siguió así hasta que volvió a la Universal: “Participé de las reuniones, pasó el tiempo y mi vida es otra. Tengo la tenencia de mi hijo, un trabajo, me sané y estoy bien espiritualmente, gracias a Dios”.
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