Sandra Arancibia recuerda que desde pequeña se golpeaba la cabeza para no escuchar las discusiones de sus padres. A medida que el tiempo pasaba los maltratos y las discusiones la hicieron odiar a su padre y querer una vida diferente. Ella fue a vivir con una tía, con tan solo 9 años, allí tenía que encargarse de la casa y trabajar en un taller. Era una vida muy difícil.
“La pasé muy mal en ese lugar, me usaron hasta los 16 años. Una señora nos dio asilo a mí y a mi hermana en su casa, después nos independizamos. Al tiempo me casé con un hombre maravilloso, quería formar una familia, pero perdí un bebé. Al poco tiempo me entero de que mi hermana había muerto. En el velorio todos lloraban y yo estaba embarazada, en ese momento casi perdí el bebé por lo desgarradora de la situación. Yo no aceptaba la muerte de mi hermana, sabía que era extraño que muriera siendo tan joven.
Mi hija nació y hasta sus cinco años yo estuve depresiva, ella se volvió rebelde, se cortaba y se lastimaba. Recuerdo que me decía que yo no la entendía y yo no sabía qué hacer, me sentía fracasada como madre. También me daban muchos dolores de cabeza, empecé a ver cosas raras, sentía frío en ciertas partes de la casa y se me aparecía alguien, sentía que me observaban. En ese tiempo empecé a tener sueños premonitorios”, cuenta.
Ella veía como su relación matrimonial se deterioraba, su nerviosismo y mal carácter hacían que ella lo atacara apenas él regresaba del trabajo. En medio del sufrimiento ella comenzó a ver la programación de la Universal. Se dio cuenta de que había un lugar donde podía encontrar ayuda.
Su hija tenía bulimia, anorexia y se cortaba porque no le encontraba sentido a su vida. “En las reuniones aprendí a luchar por mí y por ella. La carga pesada empezó a salir de mí pero no me puse firme en ese tiempo. Fui a visitar a un curandero que me decía que tenía condiciones para ser su alumna, en ese momento me di cuenta de que no quería esa vida. Regresé a la Universal y me entregué a Dios. Así mi vida comenzó a cambiar, pero noté que mi hija se escondía y que no comía, entonces la llevé al médico, pero le mentía. Tuvo que hacer tratamientos por sus trastornos de alimentación, cada día estaba más débil. Sin embargo, Dios hizo que mi hija se repusiera y no fue necesario hospitalizarla ni seguir con los tratamientos. Dios me dio la fuerza para luchar por mi hija, Él restauró nuestra vida, dejé de sentirme culpable y la relación con mis hijos cambió para mejor”.
[related_posts limit=”17″]