Derlis creció con un padre alcohólico y creía que su padre no se interesaba por él: “Veía que mi papá tomaba mucho y era agresivo con mi mamá, se emborrachaba toda la semana. Me dije que cuando tuviera una esposa no iba a ser como él”.
Tania, su esposa tuvo una infancia parecida: “Mi madre terminó en el hospital de tanto que le pegaba mi papá, él la engañaba y ella lo dejó y se vino para acá. A los nueve años, mataron a mi papá y me fui a casa de mis abuelos. Él era alcohólico y también le pegaba a mi abuela, brutalmente. Después, iba de casa en casa, pasé muchísima miseria. No tener a mi papá me generó muchísimos complejos”.
Cuando Tania y Derlis se conocieron, ya cargaban con un pasado doloroso y al unirse todo se complicó: “Los problemas familiares no impidieron que nos fuéramos a vivir juntos. Al principio había respeto, cariño, pero después empezaron los problemas porque yo salía, la dejaba sola y ella me reclamaba. Luego empezaban las discusiones y las agresiones. Me di cuenta de que era como mi padre”, recuerda él.
Ella no soportaba la vida que llevaba: “Tenía dolores de cabeza constantes, no podía ni pensar, lloraba de día y noche, ni podía trabajar, llegaba a mi casa, me tiraba en la cama a llorar y él me culpaba”.
“Mi suegra nos invitó varias veces, llegué a la Universal un domingo con ella, empecé a luchar, ese mismo día me sentí diferente y empezamos a luchar juntos”, recuerda Derlis.
“Los dolores se fueron, me costó porque padecía ataques de pánico. Pero me liberé, nos casamos en el Altar y nuestra vida fue transformada. Estamos sanos, progresando, somos un matrimonio feliz, lo que vivimos afuera no se compara con lo que Dios nos dio”, finaliza ella.