¡Buen día, obispo!
Antes que nada, quiero agradecerle por la dirección que nos ha dado, a través del Espíritu Santo, principalmente en relación a ganar almas.
Una paciente de 72 años con cáncer vino hasta nosotros para realizar un tratamiento. Se trata de una directora y una de las mayores cirujanas plásticas de un gran centro hospitalario de Portugal, formó a muchos médicos especialistas en el país y en el exterior, y es muy conocida internacionalmente. A pesar de los títulos, siempre fue simple y disciplinante, pero nunca arrogante. Yo ya la conocía hacía algunos años, en esa época, ella también era directora de los médicos que hacían especialidades, inclusive yo.
Un día, ella entró al gabinete, y yo tenía el libro del Templo de Salomón abierto en la página con el candelabro con el nombre de Jesús (YESHUA), y quiso saber el significado, le expliqué lo que simbolizaba y le hablé también sobre el libro de Éxodo. Le gustó tanto que me pidió un ejemplar.
De ahí en adelante, fui hablándole de la importancia de la Salvación. Aceptó ir a la Universal conmigo y, ya el primer domingo, salió radiante y feliz, y dijo: “Muchas gracias por presentarme a este Dios que no conocía”. Durante los casi 3 meses que frecuentó la iglesia, iba los domingos, viernes y miércoles, cumplía todos los votos, se volvió diezmista y ofrendante. Los días que más amaba eran los domingos y los miércoles, en la Noche del Novio, en la que ella decía sentirse en las nubes. Nunca cuestionó el diezmo ni la ofrenda, pues decía que, cuando es para Dios, es un placer dar.
Era católica y, por sí misma, decidió deshacerse de todas las imágenes que tenía en su casa. Adquirió una Biblia y seguía atentamente todo lo que el pastor predicaba, y cuando el pastor no citaba el capítulo ni el versículo, iba a buscar a los obreros para tomar nota y leerlo en casa. Fue a la librería de la iglesia e hizo preguntas acerca del significado de la Mezuzá y puso una en su casa. En menos de 2 meses se bautizó en las aguas, aceptó al Señor Jesús y, al salir de la inmersión, sonrió de alegría y decía, mirando hacia lo Alto, “excelente…excelente”. Fue tamaña la alegría que quería saludar y abrazar a todas las personas, no le importó el agua fría, aun con una gran intolerancia al frío debido a la quimioterapia que hacía, de tal manera que andaba abrigada, incluso con temperaturas de 25°C.
Incluso debilitada físicamente, operó al último paciente hace 2 semanas, después su estado clínico se agravó y falleció hace 4 días, tranquilamente. Creo que fue a los brazos del Señor Jesús.
Resumiendo: en menos de 3 meses, ella conoció al Señor Jesús, perdonó y pidió perdón, sacó las imágenes de su casa, se volvió diezmista y ofrendante, se bautizó en las aguas y nunca faltó ningún miércoles a la iglesia (creo que tuvo un encuentro con Dios). Priorizó la Salvación.
Al contrario de otra paciente que hace unos años fue curada de cáncer en el lecho del hospital y despreció mi invitación para ir a la Universal, la enfermedad volvió de forma más agresiva, falleciendo 2 años después. Ya en agonía, pidió que le pusieran en la boca un helado para aliviar el calor de su cuerpo (tal cual el rico se lo pidió a Lázaro).
Obispo, es como dijo usted una vez llorando: ¡Al menos un alma!
¡Vamos a ganar almas!
¡Un fuerte abrazo, obispo!
Besos a la señora Ester.
Albertina.