Daniela cuenta que, desde pequeña, sufría debido a problemas familiares. “Mis padres vivían peleando, en mi hogar había mucha agresión verbal y física, lo cual me afectaba. Mi papá bebía mucho y mi mamá en ocasiones lo traicionaba, lo cual incrementaba las peleas. Crecí en ese ambiente y, cerca de los ocho años, sufrí de abusos”, relata.
UNA BÚSQUEDA SIN RESULTADOS
Frente a esa situación, sus padres comenzaron a buscar ayuda en diferentes lugares. Al respecto, señala: “Recurrieron a centros espiritistas, pero la situación, lejos de mejorar, empeoraba”.
Ella intentaba aliviar su dolor de alguna manera y, a corta edad, se involucró en los vicios. “A los 11 años comencé a fumar cigarrillo. En el colegio secundario, empecé a beber. Más adelante, conocí las drogas”, detalla.
Daniela señala que, tiempo después, inició una relación de pareja y se fueron a vivir juntos. Sobre esa etapa de su vida, recuerda: “Al estar muy vulnerable, él me dominaba y manipulaba”.
“Quedé embarazada, me hizo abortar y eso me provocó depresión. Sentía tristeza, me quedaba en la cama y estuve así durante mucho tiempo, ni me bañaba. Entonces, decidí terminar con esa relación porque, claramente, me estaba afectando muchísimo”, relata.
Esa situación incrementó su consumo. Ella detalla: “Empecé a tomar más alcohol, muchas veces perdía el conocimiento y me tenían que llevar a mi casa. Al tiempo, empecé a sufrir ataques de pánico. Eran muy feos porque perdía el control de mi cuerpo y sentía que iba a morir. Me medicaban y mezclaba las pastillas con el alcohol y la marihuana”.
Un dolor más se sumó a su vida cuando falleció su padre. “Yo era muy unida a él. Entonces, empecé a ir frecuentemente al cementerio y a tener pensamientos de suicidio porque estaba llevando una carga muy grande”, recuerda y añade: “Una vez, vi que venía el tren, lloré, cerré los ojos y, cuando me estaba por lanzar, un hombre me tomó del brazo y me rescató”.
EL DÍA DE LA TRANSFORMACIÓN
“Llegué a la estación y salí corriendo a la Iglesia Universal porque recordé una invitación que mi mamá me había hecho. Ella estaba orando por mí. La encontré allí y la abracé. En ese lugar me orientaron, me dijeron que Dios iba a quitar ese dolor, a sacar todo lo malo que había en mi interior y que me iba a transformar. Y así fue”, asegura.
Desde ese momento, se inició su proceso de transformación. Daniela detalla: “Fui libre de los vicios, ya no tuve deseos de beber, fumar ni drogarme, me bauticé, me perdoné a mí misma porque me había culpado de casi todo lo que me había pasado desde la niñez hasta la adultez”.
UNA VIDA REALIZADA
Así inició una etapa en la que comenzó a fortalecer su vida espiritual. “Me levantaba de madrugada, oraba, ayunaba, leía la Biblia y meditaba. Al tiempo, recibí el Espíritu Santo, que es la mayor promesa de Dios para las personas que Lo buscamos. Fue muy especial para mí, sentí una alegría que no se puede expresar con palabras”, expresa.
Ella asegura que, en la actualidad, su vida está “totalmente realizada” y añade: “Estoy casada con un hombre de Dios que me cuida, me ama y me respeta, tengo dos chicos pequeños y tenemos nuestra casa propia”.
“Superé los traumas del pasado, mi vida fue totalmente cambiada, mis pensamientos oscuros fueron transformados. Ya no siento ese vacío existencial ni tengo deseos de desistir de mi vida”, concluye.