Marisa Salvi quería casarse y formar su familia, pero su sueño se vio frustrado por la violencia y las necesidades en su hogar. “Estuvimos un año bien, pero después él empezó a agredirme verbalmente. Tuve a mis hijos y comenzaron las agresiones físicas. Eso hizo que nuestro hogar fuera un infierno. Cuando estaba embarazada tuve una pelea con mi marido, terminé internada y días después mi bebé nació muerto. En ese momento comencé a odiar a mi marido, lo culpaba y le reprochaba lo sucedido. No acepté sus disculpas porque era muy dolorosa la situación que estaba viviendo”, cuenta ella.
Los dolores de cabeza comenzaron a ser recurrentes y duraban horas. Su hijo se enfermó, le supuraba el oído y se le formaban llagas. La economía cada vez estaba peor, el socio de su marido lo estafó y perdieron la casa. “No teníamos cómo pagar el alquiler ni para comer. Lo que conseguíamos le dábamos a los chicos. Tuvimos tanta hambre que adelgazamos mucho y uno de mis hijos se desmayaba del hambre. Al tiempo me separé de mi esposo y me vine a Buenos Aires, llegué a estar en situación de calle con mis hijitos hasta que conseguí un plan del gobierno para alimentarlos.
Así llegué a la Universal, perseveré en las reuniones y pude perdonar. Mi matrimonio fue restaurado a pesar de que hacía cinco años que estábamos separados. Económicamente prosperamos, mi marido tiene su propio negocio y mi hijo y yo fuimos sanados”.
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