Ellos llegan de a poco. Uno. Dos… Luego son decenas.
Rostros con apariencia extraña, bocas retorcidas, miradas vacías. Cuando no están vacíos, llenos de cólera. Otros, con los ojos cerrados y mostrando los dientes.
Los brazos hacia atrás, manos también retorcidas, como si intentaran agarrarse de algo, en una vana esperanza de fuga.
Sus cabezas se tumban hacia un lado, expresiones con mezcla de dolor y enojo, una extrañeza atroz.
En ese momento parecen cualquier cosa, menos seres humanos.
Después, las decenas se convierten en centenas. Se pierde la cuenta.
No hay una etnia, nivel social, grado de instrucción… Nada que los diferenciara antes parece tener efecto. No tienen más voluntad propia. No son las personas que acostumbraban ser.
Los rugidos inhumanos resuenan en el ambiente. Se escuchan palabras incoherentes. Otras, sería mejor no escucharlas.
Cada uno es conducido por una persona de uniforme. Algunos se rebelan. Aquella que hace unos instantes era una señora medida (y contextura delgada) hace tal alboroto que entre cinco o seis uniformizados – algunos hombres fuertes – no logran contenerla. Sudan para sujetarla. Vuelca objetos cercanos, como muebles, en medio al intento de aquellos hombres.
La ropa seleccionada, con cuidado, en su casa ya no juega el papel de presencia ni protección, la vestimenta está enmarañada por los bruscos movimientos sin dirección. El maquillaje corrido. Lanzan sus anteojos lejos. Y los peinados no existen.
Y continúan las bocas retorcidas, los rugidos animalescos, el desprecio injustificado.
De hecho no parecen humanos. Lo eran, hasta hace minutos atrás.
O se creían que lo eran.
El escenario es muy parecido al de las series y películas zombis, que en este momento, tienen tanto éxito, en todo el mundo.
Pero no son zombis… Por lo menos, no son aquellos cadáveres ambulantes que vemos en la televisión o en el cine.
Personas normales que, sin la firmeza que sólo la fe en Dios y la obediencia a Él pueden darles, son tomadas por espíritus malignos que se apoderan de sus cuerpos y transformaron su existencia en una mala imitación de la vida.
Cobardemente, esos demonios toman sus cuerpos y se quedan escondidos en ellos. Parece que todo es normal. Parece que todos los actos son realizados por la voluntad de aquel que hospeda al ser infernal, cuando en realidad es una influencia demoníaca.
Parece que todo es normal para el mundo, porque no es normal que la desgracia domine la vida lentamente, afectando el trabajo, la vida afectiva, la familia, la salud física, mental, económica y espiritual.
A los zombis de la ficción se los denomina muertos-vivos. Son solo cadáveres, cuerpos ya muertos, que vagan sin el alma, la cual ya estuvo en ellos, sin el espíritu que los distinguía de simples objetos de carne, de animales. Quien es tomado por un demonio por haber negado una vida en Dios, no es sólo un muerto – vivo, en el sentido físico. Es un muerto en vida, ya que nada se desarrolla como sólo el Señor Jesús lo desea para sus existencias.
Aquellos seres de carne podrida, descomponiéndose día tras día, no son muy diferentes de quien se cree que está vivo, pero que sirve de felpudo para los espíritus del mal. Sirven de mera diversión para satanás y sus cobardes vasallos, que se esconden en personas que tienen el derecho de ocupar sus lugares como hijos de Dios, pero que prefieren una existencia miserable.
En los zombis ficticios, la carne se pudre. Para quien no está con Dios, la vida se pudre. En todos sus aspectos.
Vigilia del Rescate
Los seres de expresiones retorcidas citados al principio de la nota no son los zombis de las pantallas. No son aquellas nauseabundas apariciones en putrefacción de las historias de terror.
Aquella es la descripción de personas que estuvieron en la última Vigilia del Rescate en San Pablo, la madrugada del sábado 11 de mayo pasado. Era la visión de aquellos que fueron aprisionados por demonios en sus propios cuerpos, haciendo sus voluntades, y los que se manifestaron cuando los obispos Edir Macedo y Sergio Correia los confrontaron en el nombre del Señor Jesús, ordenándoles que salieran de aquellos cuerpos.
Así son los demonios cuando son revelados por la Luz Divina. Ni siquiera las personas más cercanas pueden ver a los seres espirituales malignos, en las personas que se esconden. Pero cuando bajo la orden de que salgan en el Nombre del Señor Jesús, muestran su verdadera cara horrenda en rostros retorcidos, en manos temblorosas que intentan, en vano, agarrarse a algo para huir del Fuego de Dios.
Intentan pero no lo consiguen.
Y aquellos que llegaron llevados por los obreros uniformados, que iban con mala cara y derribaron a varios por el camino, finalmente pueden volver no sólo parecer, sino ser personas de verdad.
Ya no hay más muertos zombis en vida siendo escoltados al altar. Hay seres humanos reales, con expresión aliviada, que pueden recomenzar vidas de verdad.
Sin embargo, sin una entrega real a Dios, pueden volver a servir a los demonios incluso sin tenerlos escondidos en sus cuerpos. Es necesario un encuentro real, una dedicación a Él verdadera, por medio del Señor Jesús, su Hijo, y por la protección efectiva y eficaz del Espíritu Santo.
Al dejarse ser ocupado en amor por el Espíritu de Dios, no hay lugar para espíritus menores y asquerosos al servicio del infierno.
No hay más muertos en vida cuando bajan del altar.
Hay personas de verdad, vivas de hecho.
“Con la paz, viene la alegría”, les dijo a todos, el obispo Macedo.
Y esa es la alegría disfrutada por todos los presentes, ahora libres, liberados en el Nombre de Jesús.
“No importa cómo llegaron aquí ustedes. No importa lo que hicieron. Ustedes aceptaron una invitación del propio Dios. Jesús recibe a todos, nunca los negará”, dijo el obispo.
En sus cuerpos, no sirven más a un espíritu cualquiera. Allí está El Espíritu. Y ahora lo sirven a Él, pero por propia voluntad, que en amor, respeta sus decisiones.
Están listos nuevamente, rescatados por el propio Creador de la Vida, que desea que todos tengan vida completamente.
Ahora sí, vivos de verdad.
“Todos los que antes de mí vinieron, ladrones son y salteadores, pero no los oyeron las ovejas.
Yo soy la puerta: el que por mí entre será salvo; entrará y saldrá, y hallará pastos.
El ladrón no viene sino para hurtar, matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia.
Yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas.” Juan 10:8-11
Hay quien elige servir a Dios con honra. Sin embargo, aun hay quien se contenta con ser un simple zombi, vagando por ahí, en un podrido remiendo de vida.
¿Y usted?
No dude, el Dios Vivo desea una vida en plenitud para usted. Acérquese este viernes para vencer lo que está arruinando su vida. Participe a las 8, 10, 12, 16 y especialmente a las 20 en Av. Corrientes 4070, Almagro. Busque la IURD más cercana a su hogar haciendo clic aquí.