¿Quién nunca juzgó a una persona por la ropa que vestía, por las actitudes que tomó o incluso, por las palabras que salieron de su boca? Eso fue lo que le sucedió a una mujer citada como “pecadora” (Lucas: 7:37).
En un almuerzo en el que Jesús se reunió con algunos fariseos (Lucas 7: 36), una mujer entró y lloró a Sus pies, lavándolo con sus lágrimas, secándolo con sus cabellos y derramándole ungüento -un aceite perfumado- (Lucas 7:38).
El fariseo, presenciando la escena, se sorprendió al ver que Jesús le permitiera que ella lo tocase (Lucas 37:39). Y Jesús le enseñó que Él perdona al pecador, dando como ejemplo a dos deudores y un acreedor quien perdonó a ambos. Uno debía poco, pero el otro debía mucho. Jesús explica que el que debía más, tuvo más estima por el hombre que le prestó el dinero, porque el sacrificio del perdón fue mayor. (Lucas 37:40-43).
Lo que Jesús quiso decir con esta parábola es que aquella mujer tan pecadora lo amaba aun más que aquellos fariseos, porque ella sabía cuánto dependía de Su perdón. A Él no le importó que fuera pecadora, sino que vio la actitud de entrega.
Eso es lo que sucede con muchas personas que son señaladas como equivocadas, deshonestas, pecadoras, pero lo que ellos no saben es cuánto buscan a Dios en su intimidad.
Esta mujer no se detuvo por el hecho de invadir un almuerzo, ella sólo quería tocar en Cristo y demostrar su amor – una actitud que no tuvo ninguno de los fariseos- (Lucas 37:44). Ella fue una mujer de fe.
Es mucho más fácil señalar el error, que la actitud correcta de una persona. Parece que lo equivocado tiene más visibilidad que lo correcto. Hay millones y millones como esta mujer, llena de pecados, pero poniendo su fe en práctica, aunque eso se remarque como una actitud incorrecta en el lugar equivocado.
Juzgar a alguien es fácil, lo difícil es tener la fe y la disposición de amar como la que tuvo esta mujer.
Después de todo, a Jesús no le importó lo que los fariseos estaban comentando entre sí. Él solamente se volvió a la mujer y le dijo: “tu fe te ha salvado” (Lucas 37:49-50).
Que no le importe si alguien lo juzga, señalando sólo sus errores. Tome una actitud de fe, entréguese a Dios, búsquelo siempre, para que viva Su perdón y Su salvación.