Una muchacha sin nombre, llevada cautiva para vivir en la casa de Naamán y que tenía todos los motivos para maldecir su vida, dio un bello testimonio de amor a Dios. Aun sin ser revelado su nombre, ella ayudó a escribir una de las más bellas historias de milagros del Antiguo Testamento.
Naamán era comandante del ejército del rey de Siria. Él era un héroe de guerra, sin embargo, leproso. Su historia tuvo lugar alrededor del 860 y 841 a.C. (antes de Cristo). Siria, en aquella época, tenía una relación inestable con Israel. Tropas de Siria habían invadido el país y habían llevado cautiva a una judía (lea 2 Reyes 5:2).
A nuestro personaje sin nombre, además de llevarla cautiva, se convierte en sierva de Naamán. Y en lugar de maldecir su suerte, de vivir triste, sabía al Dios a quien servía.
Naamán era poderoso, tenía dinero, bienes, status, sin embargo, había algo que lo mantenía avergonzado: su lepra.
Viendo el sufrimiento de Naamán, esa muchacha le dice a su señora: “… Si rogara mi señor al profeta que está en Samaria, él lo sanaría de su lepra.” (2 Reyes 5:3)
Esa fue la única expresión de esa muchacha. Pero fue de suma importancia para que uno de los más bellos milagros de la Biblia, sucediera.
Reflexión
¿Por qué Naamán o su esposa escucharon a su sierva? Ella era judía -los judíos eran enemigos de los sirios-, podría muy bien armar una trampa a su señor. ¿Por qué Naamán la escuchó?
Porque, aunque fuera sierva, ella, en todo momento, debió haber sido fiel. En lugar de andar murmurando, hacía su trabajo de la mejor forma posible. ¿Ella había perdido su libertad? Sí. Pero no había perdido su fe. A diferencia de su patrón que, aunque fuera un hombre muy rico y tuviera libertad, era cautivo de su enfermedad.
Naamán buscó a Eliseo, hombre de Dios, y fue curado.
La Biblia no relata lo que ocurrió después, pero se cree que después de la cura de Naamán, esa muchacha fue honrada.
Lección
Que al igual que aquella muchacha podamos, en todo tiempo, ser fieles y mostrarles a las personas cuán grande es el Dios a quien servimos.
Y que recordemos siempre, que cuando actuamos con sabiduría y damos buen testimonio, bastan pequeños gestos para hacer la diferencia y, así, sucedan verdaderos milagros.
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