La Biblia cuenta la historia de una mujer que sufría hacía 12 años de una hemorragia. (Marcos 5:25-34). No sabemos su nombre pero su testimonio traspasó generaciones y ha servido para que también otras personas crean en el poder de Dios.
En la época de Jesús las personas seguían las costumbres del tiempo de Moisés. En esos tiempos era terminante: durante el período menstrual, las mujeres tenían que quedarse en un lugar separado de la sociedad… solas o simplemente con otras mujeres. Quien la tocara era considerado inmundo.
Esta mujer sufrió con el flujo de sangre durante 12 años, en manos de varios médicos. Gastó todo lo que tenía y aun así no alcanzó la cura… todo lo contrario, estaba peor. Pero cuando ella oyó hablar de Jesús y de sus milagros no tuvo dudas. Tenía que encontrarlo. Si sólo tocara su manto estaba segura que sería curada. Ella rompió sus viejas costumbres –que no le habían servido para cambiar nada en su vida- y fue en búsqueda de su milagro.
Con el propósito, en su corazón, de ser curada ni bien encontrara al Maestro se mezcló entre la multitud y buscaba a toda costa llegar a Jesús. Ella estaba sin fuerzas… después de todo, hacía muchos años que sufría con esa hemorragia que, seguramente, debió dejarla muy debilitada.
¿Lograría llegar a Jesús?
La fe hace cosas increíbles. Nos impulsa, nos hace ir más allá. Y movida por la fe aquella mujer se llenó de coraje, enfrentó la multitud, tocó el manto de Jesús e inmediatamente fue curada.
“Jesús, conociendo en sí mismo el poder que había salido de él, volviéndose a la multitud, dijo: ¿Quién ha tocado mis vestidos?” (Marcos 5:30)
Reflexión
Jesús está esperando que toquemos su manto. No importa la multitud. Basta actuar con fe, que en el instante, el milagro sucede.
La última esperanza de aquella mujer era Jesús. ¿Alguna vez Usted puso su última esperanza en Sus manos?
La mujer del flujo de sangre estaba sin fuerzas. Sepa que Dios conoce nuestras debilidades. El llegó a disminuir el paso, muchas veces, para que lo alcancemos.
Es hora de dejar atrás las viejas costumbres y lanzarse con toda la fe delante de Dios. De tocar en su manto y solo salir de allí con la bendición.
Y que al igual que aquella mujer usted también pueda escuchar “Hija, tu fe te ha hecho salva; ve en paz, y queda sana de tu azote.” (Marcos 5.34)