Cuando oímos y vemos a un hombre de Dios siendo usado por el Espíritu Santo, ¿nos admiramos por sus palabras? Eso les sucedió al padre y a la madre del Señor Jesús, porque Simeón, que era conducido por el Espíritu Santo -por eso, era osado-, bendijo y profetizó acerca de Jesús: “Este está puesto para caída y para levantamiento de muchos en Israel, y para señal que será contradicha…” (Lucas 2:34)
Observe que Simeón no pronunció solo palabras positivas, que agradasen a los oyentes. Él era movido por la fe racional, por eso, se refirió a la “ruina” que terminaría con la religiosidad y la hipocresía de los que se basaban exclusivamente en “rituales” y presentaban una vida engañadora. Cuando el Señor Jesús actuó en la vida de cada uno de nosotros, arruinó el pecado y el engaño. No solo nos levantó de la frustración, de la pobreza, o nos concedió la cura, sino que destruyó nuestra naturaleza pecaminosa y nos mostró, a través de Su Palabra, la Verdad que nos liberará.
Existen muchas personas dentro de las iglesias, viviendo de apariencia. Y eso sucede porque toleran su propio pecado; aceptan las cosas que no convienen y que son injustas, pues no se permiten sacrificar y, por ese motivo, no aceptan que el Señor Jesús haga un trabajo en su interior.
De vez en cuando, llegan a oír la Palabra de Dios, se llenan de conocimiento, pero en la práctica, no viven esas enseñanzas.
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