En el pasado, muchos hombres y mujeres de Dios se enfrentaron a una encrucijada que puso a prueba su fidelidad y obediencia: debían elegir entre vivir o negar la fe.
Sadrac, Mesac y Abed-Nego, por ejemplo, rechazaron postrarse ante la estatua dorada de Nabucodonosor porque solamente adoraban al Dios Vivo y, por esa actitud, terminaron condenados a muerte, en un horno, (Daniel 3). Daniel, también en Babilonia, pero durante el reinado del rey Darío, fue acusado de violar una orden real que le impedía orar. Él no se amedrentó, defendió su fe y mantuvo su costumbre de orar tres veces por día. ¿Cuál fue el resultado? Lo lanzaron a una fosa llena de leones, (Daniel 6). Pablo y Silas, por haber liberado a una mujer de un espíritu inmundo, terminaron presos en Filipos, (Hechos 16).
Todos ellos decidieron no negar su fe, no curvarse delante de las imposiciones y amenazas de los demás y permanecieron fieles al Dios Vivo, Quien honró esa fe y los libró de la muerte. ¿Acaso no está escrito “Yo amo a los que me aman, y me hallan los que temprano me buscan”, (Prov. 8:17)? Amar a Dios se demuestra con actitudes y ellos lo hicieron, defendiendo su creencia, buscándolo en los buenos y malos momentos.
Hoy, mientras miles de cristianos son perseguidos “a la vieja usanza” en Medio Oriente, en esta parte del mundo nos enfrentamos a otro tipo de persecución, más individual e íntima. Todos los días tenemos que decidir entre negar nuestra fe o permanecer fieles a Dios. En casa, en el trabajo, en la calle, en la escuela… Dondequiera que estemos siempre habrá alguien o algo que nos invite a andar por el camino incorrecto, a tomar una actitud que desagrade a Dios y nos haga negar la fe, dar la espalda a la práctica de la Palabra de Dios, a actuar de forma completamente opuesta a lo que Dios nos enseña, incluso en las cosas más pequeñas.
La “vida” que el mundo nos ofrece hoy es, en realidad, la muerte espiritual, que lleva a la física. Muchos, vacíos de Dios y llenos de pensamientos confusos, terminan renunciando a sus sueños o, lo que es aún peor, quitándose la vida. Por eso, es fundamental estar en espíritu, con los pensamientos puestos en las cosas de Dios, para poder detectar las trampas que el diablo pone constantemente, con la intención de hacernos caer en la fe.
Usted, ¿ha negado su fe o ha defendido su relación con Dios, sin importar las consecuencias?
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