Todo pichón de pájaro tiene que romper el huevo para nacer. Su crecimiento exige espacio, así que debe salir de allí.
Así comienza la primera lucha: romper la cáscara con su propia fuerza. Es fuerte observar los esfuerzos de aquel frágil ser, tratando de salir de su prisión. Es agonizante ver al bicho al borde de la muerte solo para nacer.
Pero lo que muchos no saben es que aquel proceso es necesario para el pichón.
En esa lucha, este logra desarrollar su propia fuerza, la misma que necesitará para sobrevivir luego de nacer.
Si alguien lo ayuda a romper el cascarón, para que pueda salir, en realidad, lo estaría perjudicando.
Con los seres humanos no es distinto. Cuando nuestros hijos, hermanos u otros familiares pasan por sus luchas, nuestra reacción inmediata es querer ayudarlos. Muchas veces es lo correcto, pero no siempre es así.
A veces, ellos deben sufrir las consecuencias de sus actos, vivir con sus decisiones y luchar por sí mismos para poder crecer.
Si intentamos ayudarlos, los estaremos perjudicando. Amarlos requiere que dejemos que peleen sus propias batallas, cuando sea necesario…
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