“Paloma mía, en las grietas de la peña, en lo secreto de la senda escarpada, déjame ver tu semblante, déjame oír tu voz; porque tu voz es dulce, y precioso tu semblante.” Cantares 2:14
No existe nadie más romántico que Dios. Él busca conquistarnos cada día: a primera hora de la mañana, con Su misericordia que se renueva; por la tarde, al ponerse el sol, que encanta a cualquiera; y de noche, con el silencio que nos abraza. Él escucha a nuestro interior y habla allí también. Inclusive, Él habla a través de todo y de todos los que nos rodean, buscando siempre nuestra atención. Los pájaros crean la banda sonora de fondo y el viento compone el arreglo perfecto. Su amor va más allá de nuestros defectos, no le importa nuestro pasado y nos acoge sin igual.
Él hace mucho para tener intimidad con Su criatura y ella hace todo lo posible para mantenerse alejada. Ella sufre por eso, llora, se amarga y se encoge en un pequeño mundo que la asfixia cada vez más. Lo que no sabe es que Dios también sufre con ella. Después de todo, ¿cómo no sufrir por aquellos a quienes amamos?