Graciela Ordoñez sufrió durante gran parte de su vida, el abandono de su madre y los años en un orfanato le quitaron lo más bello de su niñez. Cuando se casó pensando en que sería feliz, descubrió el peor lado de su marido y sufrió en carne propia el dolor de la explotación laboral para que él se divirtiera con mujeres y gastara todo el dinero en sus vicios. La violencia física y psicológica a la que fue sometida no se comparan con el dolor que sufrió cuando él le quitó la tenencia de sus hijos y no los pudo ver por dos años. Con su salud afectada por las enfermedades, sin poder caminar y sin dinero ni para poder comprar una silla de ruedas ella se acercó a la Universal buscando ayuda. Para su sorpresa el poder de Dios obró maravillosamente en su interior y su exterior.
“Mis problemas comenzaron en mi infancia, crecí sola, no tenía a nadie porque mi mamá me había abandonado. Estuve en una casa, intenté huir de allí por los maltratos y abusos a los que era sometida. Me tenían trabajando con tan solo 7 años de edad. Crecí en un hogar, recuerdo que había muchos chicos en la misma situación, nos llevaban a algunas casas a realizar tareas de limpieza, planchar y cocinar. Recién a los 21 años salí de allí, comencé a trabajar como cajera y en esa época conocí a mi esposo. Nos casamos, primero todo estaba bien, pero luego comenzaron los maltratos, le gustaba mucho la calle y la vida fácil. Si bien teníamos todo, era yo quien trabajaba en el restaurante y él solo venía a buscar el dinero de las ventas, me golpeaba delante de cualquiera y se iba.
Era una vida muy triste, él me golpeaba y yo tenía que trabajar desde las 4 de la mañana hasta las 12 de la noche, mi marido solo me dejaba el dinero para comprar las cosas para el negocio. Estaba cansada, entonces tomé pastillas para terminar con mi vida porque cada vez que yo iba a hacer una denuncia por los golpes que me daba, cuando llegaba al negocio, él la tenía en sus manos, porque ponía dinero y solucionaba todo así, y me golpeaba con odio porque me había querido escapar.
Cuando logré escaparme con mis hijos, vivía con miedo de que mi esposo me los quitara, finalmente lo hizo. Yo estaba deprimida, porque él le había dicho al juez que yo era prostituta, pero quedó demostrado que yo trabajaba y me esforzaba para cuidar a mis hijos honradamente y me dieron la tenencia definitiva de mis hijos.
Yo sufría con dolores de cabeza, iba a los curanderos, pero cada vez estaba peor. Un día conocí a mi actual pareja y el padre de los chicos comenzó a alejarlos de mí. Mi pareja tenía problemas a raíz de dificultades económicas, no podía ver a los chicos y eso me deprimía. Estuve paralítica, durante tres años no pude caminar, solo me arrastraba de la cama al baño. El médico me dijo que me iban a operar, estaba sola, mi pareja hacía vida de soltero. Pasé por cosas muy duras, hasta que llegué a la Universal.
Yo había visto un diario de la iglesia, pero fui a consultar a un curandero, recién cuando me tiraron un chocolate trabajado por lo que me quedé paralítica entendí que necesitaba buscar la ayuda de Dios. El médico me dijo que se trataba de una hernia de disco, pero no me aseguraban que fuera a caminar. Fuimos con mi pareja a la reunión de la iglesia, me hicieron una oración y fue como si me estuvieran arreglando los huesos, ese día pude dar algunos pasos. Perseveré en las reuniones hasta que caminé bien.
De a poco mi vida fue cambiando, con el tiempo me detectaron cáncer en el útero, pero usé mi fe y el cáncer desapareció. Compré una casa, tenemos un auto, nos vamos de vacaciones, nuestra situación económica cambió completamente. Lo principal fue que aprendí a valorarme, a cuidarme y busqué la presencia de Dios hasta que mi interior cambió por completo”.
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