Lilian Zambrana: “Mis padres murieron cuando tenía 12 años. Mi madre falleció por una embolia y al mes, una falla cardíaca terminó con la vida de mi papá. No me quedó otra opción que vivir con mis tíos y separarme de mis hermanos. Desde ese momento mi vida perdió sentido.
De noche, tenía pesadillas o intentaba dormir y no lo lograba, sentía que alguien me tocaba los pies. Conforme pasó el tiempo dejé de estudiar porque necesitaba trabajar. Sufrí demasiadas humillaciones por no tener a mis papás. Experimenté un vacío durante tantos años, que pensaba constantemente en quitarme la vida.
Más adelante conocí a mi marido, pero cualquier cosa era motivo para una discusión. Buscaba un refugio en el que nadie me molestara para llorar. También descargaba mi bronca golpeando las cosas, así pasaron años.
Lo peor fue cuando me dijeron que tenía hipertiroidismo, debía tomar medicamentos de por vida. Pensaba: ‘Dios dame fuerzas para soportar esto hasta que mis hijos crezcan, para después poder morirme’.
Llegué a la Universal por una invitación, pero dejé de ir. Al tiempo regresé y aquel día ni siquiera sabía orar. No podía hablar, solo lloraba, sin embargo, encontré la ayuda que necesitaba. Empecé a participar, me empeñé y no faltaba. Mi vida cambió, ahora me siento bien, ya no tengo ganas de morir. Estoy sana, me levanto con buen ánimo. La tristeza no existe, quiero luchar por más”.
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