Ramona y Néstor: “Mi hijo se enfermó de asma, estuvo mal durante 15 años. Le hacían tratamientos, pero no mejoraba, los ataques eran graves. Gastábamos todo en remedios. Además, no tenía cura”, comenta ella.
“Salíamos corriendo para asistir al nene de madrugada. A veces, iba al trabajo sin dormir y era difícil”, asegura Néstor.
“Después, trabajábamos los dos, pero todo se iba en inyecciones y remedios, no había manera de solucionarlo. De última, quedé desempleada, dos años busqué empleo. Me deprimí, ya no tenía ganas de vivir, estaba encerrada y no podía dormir”, recuerda Ramona.
Néstor intentaba contener a su familia: “Me iba a trabajar preocupado, pendiente del teléfono para ver que estuvieran bien”.
“Busqué ayuda en diferentes lugares, fue un gasto de plata sin resultados. No lográbamos salir adelante en lo económico. No podíamos sostener los gastos de la casa; era comer o hacerle el tratamiento a mi hijo. Me volví nerviosa, me costaba comer. Yo dije que, si Dios existía, tenía que conocerlo y ahí fue que recibí un ejemplar de El Universal. El primer día salí bien, pude dormir. Mi hijo se sanó y no volvió a necesitar remedios.
Participamos los lunes e hicimos votos con Dios. Un día, el que me había despedido, me volvió a contratar. Mi esposo empezó a prosperar y yo armé un emprendimiento de costura, tengo nueve personas a mi cargo. Trabajé para grandes empresas. Me di cuenta de que cuando uno ayuda a la obra de Dios, Él no te deja faltar nada.
Ahora tenemos un auto de alta gama, viajamos y salimos. No pensamos que fuera posible vivir de esta manera”.
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