La fama de que algunos hombres tengan más dificultad de admitir sus errores que las mujeres, es tan antigua como la humanidad. Sin embargo, un estudio realizado recientemente por científicos estadounidenses refuerza esa tesis y demuestra que existe una base científica para ello: la hormona testosterona, más presente en los hombres que en las mujeres, que es la causante de esa característica.
Las universidades de Pensilvania, en los Estados Unidos, y de Western, en Canadá, asociadas al Instituto de Tecnología de California (Caltech) y al laboratorio de pruebas biológicas ZRT, promovieron un estudio sobre ese tema. Más de 200 hombres fueron divididos en dos grupos: un grupo recibió una dosis de testosterona en gel y el otro un placebo (medicamento que no posee efecto sobre un síntoma). Ambas fueron sometidos a pruebas cognitivas.
Los hombres que recibieron testosterona extra –porque el organismo la produce naturalmente y el agregado solo se puede suministrar bajo prescripción médica – acertaron un 20% menos las preguntas con respecto al grupo que recibió placebo. Los que recibieron la hormona también se equivocaron más rápidamente en las respuestas.
No significa que la testosterona provoque que alguien sea menos inteligente, pero los científicos observaron que quien la recibió durante la prueba, se volvió más impulsivo. Esto se debe, según ellos, a un exceso de confianza generado por la hormona, que haría que los hombres no cuestionaran sus actitudes.
La verdad
Las hormonas influyen en el bienestar, en la salud y en la toma de decisiones. Por otro lado, lo que ocurre es que Dios nos hizo seres racionales, capaces de pensar, de dominar nuestro comportamiento y de evitar actitudes impulsivas. La inteligencia se debe usar para tomar las medidas correctas, en los momentos adecuados, para pensar, prevenir errores, etc. Ella genera un equilibrio entre el aspecto físico y el psicológico.
Por esta razón, el hombre debe asumir sus actitudes. Incluso, se puede comprender que muchas veces no podrá cambiar lo que suceda a su alrededor, pero, puede controlar sus actitudes y no estar a la deriva, como si estuviera en un juego en el cual la naturaleza lo usa como un trompo, haciéndolo girar sin voluntad propia. Cuando él le echa la culpa a las situaciones y a las personas, se victimiza y termina sin tomar las riendas de su vida.
Piense en esto, pero con la cabeza, no con las hormonas. Eso es lo que nos diferencia –o debería diferenciarnos- de los animales.