“Nunca digas: ¿Cuál es la causa de que los tiempos pasados fueron mejores que estos? Porque nunca de esto preguntarás con sabiduría.” (Eclesiastés 7:10)
Mire hacia adelante. De una vez por todas: ¡mire hacia adelante! Mientras que usted se aferra al pasado, el reloj corre. Corre, pues el tiempo es implacable. La oportunidad de hacer algo nuevo se escurre entre sus dedos. No va a cambiar el pasado. No va a traer de vuelta lo que no existe más. Es una tontería juzgar al pasado mejor que el presente. Ser sabio es sembrar hoy lo que es bueno, para cosechar en el futuro lo que es mejor aún.
Existen dos maneras de mirar al pasado. La primera es recordar, torturándose con el hecho de que no existe más, torturándose con las cosas buenas o malas que sucedieron. Eso lo hace esclavo de los recuerdos, esclavo de sus emociones.
Emociones que fueron responsables de sus fracasos del pasado. O por la situación lastimosa en la que usted quedó después. Inmóvil en un tiempo que no existe.
La segunda manera es absorber las lecciones de lo que pasó y traerlas al presente, como aprendizaje. Si algo fue bueno, amén. Guarde las lecciones de aquello y siga hacia adelante. Vivirá algo mucho mejor. Si fue malo, ya pasó – y ya terminó.
Resuelva dentro de usted, perdone, olvide. Cierre la puerta. Dé vuelta la página.
Cuando piensa en el pasado, su mente se transporta hacia el pasado. ¿Cómo dar un paso si su cuerpo está en un lugar y su mente en otro? La fe mira hacia adelante.
Cuando Moisés murió, Dios fue directo: “Mi siervo Moisés ha muerto; ahora, pues, levántate y pasa este Jordán, tú y todo este pueblo, a la tierra que Yo les doy a los hijos de Israel” (Josué 1:2). Moisés murió. El pasado pasó. Levántate, ahora, porque aún hay mucho para ser hecho.
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La fe mira hacia adelante.
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Fuente: Libro “El Pan nuestro para 365 días”, del obispo Edir Macedo
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