“Antes de la destrucción el corazón del hombre es altivo, pero a la gloria precede la humildad.” Proverbios 18:12
Cuando leemos un versículo como este, inmediatamente pensamos “no es para mí, a fin de cuentas, yo no soy altivo”… así es, nuestro corazón corrupto está todo el tiempo intentando apartarnos de la verdad.
Fue lo que sucedió con el joven rico. Él se consideraba una persona ejemplar, por eso se creyó con el derecho de acercarse al Señor Jesús para preguntarle qué hacer para lograr la vida eterna, a fin de cuentas, él ya “guardaba todos los mandamientos desde su juventud”. Pero, Jesús sabía que él estaba siendo engañado por su corazón, y le pidió algo que mostraría exactamente quién era delante de Dios…
“Si quieres ser perfecto, ve y vende lo que posees y da a los pobres, y tendrás tesoro en los cielos; y ven, sígueme.” Mateo 19:20-22
Y el joven salió de allí triste, no porque el Señor Jesús le había hecho aquel pedido, sino por saber que, en el fondo, no guardaba los mandamientos de Dios de ninguna manera, después de todo, que se rehusara revelaba que Dios no estaba en primer lugar en su vida, como dice el primer mandamiento. Fue entonces cuando el joven rico vio su real condición delante de Dios. Él no era la persona que pensaba que era.
El corazón del joven rico lo hacía altivo, probablemente le mostraba todo lo que hacía correctamente, escondiendo de esa manera quién era de verdad. Y eso es lo que sucede con todas nosotras, si nos dejamos llevar por lo que creemos de nosotras mismas, vamos a pensar que estamos teniendo éxito. Es por eso que, de repente, un gran problema sucede de la nada y no entendemos, o alguien dice algo sobre nuestra manera de ser y eso nos afecta, como si estuviéramos siendo víctimas de injusticia, a fin de cuentas, el corazón ya nos había dicho lo buenas que somos… nosotras, las pulgas.
La verdad es que no nos conocemos tanto como Dios nos conoce, y, a veces, las personas a nuestro alrededor logran ver comportamientos que ni imaginamos tener. ¿Quién quiere evaluarse? ¿Quién quiere profundizar más dentro de sí y conocerse? ¿Quién quiere descubrir lo que no sirve con respecto a sí mismo? ¡Es por eso que el corazón gana tanta importancia! Él no quiere eso y, por lo tanto, enseguida nos trae excelentes argumentos para justificar nuestros errores…
“¡Todo el mundo se equivoca!”
“¡Nadie es perfecto!”
“¡Es nuestra humanidad!”
“Tampoco se puede ser santa, ¿no?”
Y, porque nos gusta vernos con buenos ojos, aceptamos esas justificaciones de buen grado.
Pero, y si no le diésemos oídos a nuestro corazón y nos preguntáramos: “¿Qué hago que desagrada a Dios?”.
¿Usted sabía que cuanto más nos acercamos a Dios, más vemos nuestros errores? ¿Sabe por qué? Porque Dios es la Luz del mundo, y la luz revela aquello que está en la oscuridad. Y para no exponernos, nos apartamos de Él como el joven rico, y nos evaluamos con nuestros propios criterios… “a fin de cuentas, ¡no le hacemos mal a nadie!”.
Pero observe el proverbio anterior: “Antes de la destrucción el corazón del hombre es altivo…” Es cuando nos escondemos detrás de nuestras “buenas obras” que somos destruidas. Por otra parte, el resto del versículo nos muestra la solución: “… pero a la gloria precede la humildad.”
No se esconda detrás de sus propios criterios, de cuán buena y querida ha sido usted, sea humilde y reconozca sus fallas que Le desagradan a Dios… su manera grosera de ser, sus murmuraciones, su pereza, su lengua inquieta, sus malos ojos, su vanidad y avaricia…
Eso es humildad, reconocer quiénes somos de verdad, e incluso entristecerse, pero no irse como lo hizo el joven rico, sino cambiar.
Nosotros somos una pulga delante de Dios. No debemos tener orgullo de lo que somos. En realidad, tenemos que tener vergüenza. Solo así Dios hará Su trabajo en nuestra vida.
En la fe.