Que tire la primera piedra quien nunca ha pasado por lo siguiente: la cómoda cama (principalmente en días de temperatura más baja), el cobertor lo invita a que se quede acostado, pero el despertador suena. Dejar la almohada es más difícil que un náufrago deje la tabla que lo mantiene flotando. Los ojos insisten en no abrirse. Pero, al abrirlos, lo que se ve allí afuera no es el clima más agradable. No importa si usted tiene que salir para ir al trabajo, a la escuela o para realizar los ejercicios físicos matinales, la cama gana esa partida y usted se dice a sí mismo “Solo unos minutitos más”, que quién sabe cuántos serán o si no se transformarán en horas.
Refiriéndose a ejercicio físico, aquí va algo que muchos siempre dejan para después (o para nunca). En un momento es el clima que no ayuda; en otro es la indisposición, siendo que la actividad física regular es algo que justamente nos deja más dispuestos. Y allí se va un día menos para correr, ir al gimnasio, a la piscina, o pedalear…
¿Y la dieta? Esa debe ser la decisión más postergada de todas. El popular “empiezo el lunes”, pasa toda la semana y queda siempre para el próximo lunes…
Nunca llega
En el trabajo, antes de todo, ese pequeño vistazo a la red social para ver en qué restaurante alguien comió, cuáles son los destinos paradisíacos de los viajes, leer si la frase pseudo-filosófica atribuida a Einstein (que nunca llegó ni cerca a decir eso) que figura en el perfil de fulano de tal, vale la pena ser copiada y compartida… Enseguida es momento de hacer una pequeña compra online, mirar unos gatitos divertidos en YouTube y un meme de mal gusto omitido… Todo eso parece más importante que comenzar pronto a ejecutar las tareas necesarias.
Ahí vienen las consecuencias
Esa persona del primer párrafo se queda “un poquito más” en la cama y ese “poco” se transforma en una corrida para arreglarse de cualquier manera, la hace avanzar en el tránsito alocadamente (incluso, poniendo a terceros en riesgo) y aun llegar apresurado al trabajo, en el caso que no llegue tarde y le descuenten el presentismo en su próximo recibo de sueldo, además de perder puntos en la credibilidad profesional de parte de sus superiores y de su jefe.
La del segundo párrafo puede asustarse al realizar los exámenes de rutina (si es que no los dejó para después también), frente a resultados nada agradables por no haber hecho ejercicio. Eso si no se sintió mal y fue a parar a la guardia de emergencia sin saber el motivo. Como dijo el célebre médico norteamericano Kenneth Cooper, “si usted cree que no tiene tiempo para ejercitarse, entonces tendrá que tener tiempo para estar enfermo”. Y despedirse de la calidad de vida.
El individuo del tercer párrafo, además de la cuestión más seria de salud, después se queja de que ese pantalón predilecto parece ser de otra persona, que el look en ese evento no era el de los más agradables, a pesar de la inversión en la ropa elegante y que la disposición para un paseo con los niños al zoológico es cosa del pasado.
En el cuarto párrafo, el “profesional” en cuestión, en el momento en el que le preguntan si el trabajo está completamente listo, solo tiene listas las excusas de siempre.
Solo “recompensas”
¿Por qué ese engaño? Porque hay quienes piensan que solo necesitan hacer las cosas que quieren hacer y no las que tienen que ser hechas. No importa si es porque, cuando era niño, solo dejaban que el hijito querido comiera lo que le apetecía y no lo que necesitaba para estar bien nutrido; si solo hacía la tarea escolar si tenía ganas; si prolongaba el tiempo jugando a los videojuegos durante la noche. Entonces el “principito” o la “princesita” crecen pensando que el mundo se adapta a sus deseos. O incluso habiendo sido bien criada por los padres, la persona, ya adulta, piensa que no necesita más someterse a otras personas, a reglas, a planificaciones, a conductas.
Hay algo en el cerebro humano llamado sistema de recompensa. Él se siente gratificado con algunas cosas que usted hace (y otras que debería hacer, pero deja de hacerlas), pero es una satisfacción solo para ese momento, ilusoria y pasajera. Pero el cerebro no es solo ese sistema de gratificación instantánea, es un todo. Y el todo debe prevalecer, superar esa pequeña parte.
Por ejemplo: unos minutos más de sueño pueden parecer mejores en el momento, pero no hacen tan bien como el gimnasio o esa corrida (incluso con un cielo gris y viento frío), beneficiosas también a largo plazo, o como llegar tranquilamente al trabajo sin un agobio innecesario. Una visita al médico puede parecer desagradable, pero un simple examen puede salvar una vida, si se descubre alguna enfermedad precozmente.
Ahí está la diferencia. La persona que solo hace lo que quiere solo se agrada a sí misma, mientras que quien hace lo que debe, ejerce el verdadero amor propio y no actúa de aquella falsa manera de dar regalitos momentáneos al propio ego, que luego se vacía.
La clave: disciplina
Hacer lo que debe ser hecho, de forma planificada, termina transformándose en un hábito saludable. Cuando alguien se acostumbra a los ejercicios físicos, por ejemplo, siente la falta si algún acontecimiento repentino le impide ejercitarse un cierto día. Si la prioridad en el trabajo es adelantar el servicio, un contratiempo inesperado no hará que se desobedezca el plazo de entrega. A eso llamamos disciplina. Y no es de extrañar que las personas de mayor éxito en la historia de la humanidad hayan sido disciplinadas y destacadas, mientras que otros, que solo hacían lo que les agradaba, no dejaron de ser ilustres desconocidos.
Para concluir y resumir el tema, es como decía el emprendedor y escritor motivacional Jim Rohn: “El puente entre su objetivo y su realización es la disciplina”.
Otro dicho muy popular “querer es poder”, no es más que una falacia si, junto a los dos verbos, no entra el “hacer”. Y bien hecho, de preferencia.
Y usted, ¿se ama o se agrada? Es momento de pensar y actuar de acuerdo a eso. ¿O aún está esperando tener ganas?
[related_posts limit=”17″]