Dios es celoso de Su pueblo. Aquellos que están firmes en Su territorio pueden contar con Su orientación. Así fue con el pueblo escogido, los israelitas, cuando dejaron la esclavitud en Egipto.
El mapa a continuación muestra el camino recorrido por ellos durante la caminata de Egipto hasta la Tierra Prometida, Canaán. Observe:
Si observamos bien, ese trayecto revela un aprendizaje: para que salgamos de Egipto (es decir, de la situación que esclaviza nuestra vida) y lleguemos a la Tierra Prometida (las grandes bendiciones de Dios para nuestra vida), tenemos que pasar por el Monte Sinaí (el Altar del sacrificio).
Este es el secreto de la victoria de Moisés y del pueblo de Dios. Es la fe abrahámica del sacrificio.
Solo hay un camino
El obispo Júlio Freitas observa, en una publicación en su página oficial en Facebook, que los hebreos podrían haber cortado camino.
“Dios nos invita a sacrificar (voluntariamente) para que nos quedemos en Su total dependencia y absolutamente independientes de todo y de todos. La facilidad es atractiva. Vemos en ese mapa que el pueblo podría haber tomado un atajo (en línea recta), pero Dios se aseguró de dirigir a Su pueblo con la columna de nube y de fuego. No había enemigos que pudieran hacerles daño, pero Él no los guió por el camino fácil. Ellos necesitaban pasar por el Sinaí (el Altar) para recibir el nuevo certificado de nueva vida. Sin embargo, Dios hizo que el pueblo caminara alrededor del desierto por el Mar Rojo y, regimentados, subieron los hijos de Israel de Egipto. El Señor iba delante de ellos, durante el día en una columna de nube, para guiarlos por el camino; y durante la noche en una columna de fuego, para alumbrarlos, con el fin de que caminaran de día y de noche”, escribe el obispo.
Incluso cuando atravesamos el desierto – ya sea provocado por los problemas o por el sacrificio de fe – Dios no nos deja desamparados. Él nos acompaña durante todo el camino.
El sacrificio es poderoso, porque nos transforma a lo largo de ese proceso – como transformó a Moisés y al pueblo hebreo en el desierto. Cuando descendemos del Altar, después del sacrificio, dejamos los pensamientos de inferioridad y asumimos la fe en Dios para nuestra vida.
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