“Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo: Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados.” (Isaías 57:15)
El Rey que descendió de Su trono para encontrar al abatido de espíritu. Para encontrarlo en la oscuridad de su cuarto. Para encontrarlo en la calle. Para encontrarlo en una celda húmeda. Para encontrarlo allí, donde usted está. Para habitar con usted. Habitar, no para llorar con usted, no para disfrutar su dolor, sino para darle fuerza. Vivificar su espíritu. Vivificar su corazón. Traer solución.
¿Quién dijo que sus pecados le impiden llegar a Dios? ¡Mentira! Si fuera así, ¿quién llegaría a Él para ser salvo? Él vino para salvar al perdido y dar vida a los abatidos de espíritu. ¡Vino para usted, así como vino para mí!
La verdadera humildad, la humildad de espíritu, mantiene abierta la puerta de acceso al Trono del Altísimo. ¡Qué maravilla de promesa! No es una promesa humana. Sus palabras cargan en sí Su carácter, Su Divinidad, Su Poder, Su Autoridad.
Él no puede mentir ni demorarse en el cumplimiento de Su promesa. ¡Es ahora! Crea y reciba la respuesta.
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Usted no está abandonado a la propia suerte. El Altísimo oyó su clamor.
Si usted quiere aprender más sobre este tema, participe de la Noche de la Salvación, que se realiza todos los miércoles en la Universal. Haga clic aquí para buscar la dirección de una iglesia más cercana a usted.
Fuente: Libro “El Pan nuestro para 365 días”, del obispo Edir Macedo
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