En mi infancia me sentía muy sola, aislada. Mis padres no eran muy presentes, siempre trabajaron mucho. Me quedaba en casa sola, hasta que comencé a ver sombras, a oír voces, y me convertí en una persona agresiva, estresada. Siempre veía películas de terror y eran como un alimento para mí.
El tiempo fue pasando, a los 12, 13 años, comencé a relacionarme con una muchacha de la escuela. Eso era para intentar llenar ese vacío que había dentro de mí, ese dolor interno. Constantemente me cortaba, pero aun así nada de eso me llenaba.
Alimentaba deseos de suicidio, muchas veces llegué a ir a un puente para lanzarme, incluso en casa tomaba el cuchillo para intentar matarme. Me sentía inútil, despreciada por todos. Desarrollé depresión, no quería hablar con nadie, vivía en un rincón sola y aislada, la vida ya no tenía más sentido para mí. Solo pensaba en encontrar una manera para morirme.
Hasta que un día conocí a una obrera, ella estudiaba en la misma escuela que yo y empezó a invitarme a las reuniones de la Universal. Yo incluso iba a las reuniones con ella, pero estada interesada en ella, sentía atracción por ella. Sin embargo, hubo un día en el que oí un testimonio muy fuerte y me detuve a analizar mi vida, estaba totalmente muerta y ciega espiritualmente. ¿Qué estaba haciendo con mi vida? ¿Acaso matarme realmente era la salida? ¡No, no lo era! Fue entonces que mi ficha cayó. Vi que necesitaba entregarme a Dios y recomenzar una vida delante de Él.
Decidí entregarme de hecho y de verdad, entré a la Fuerza Joven Universal (FJU), me bauticé en las aguas, las obreras me ayudaron, me orientaron y yo siempre ponía todo en práctica, pues estaba dispuesta a cambiar totalmente. Enseguida recibí el Espíritu Santo y hoy soy una nueva criatura.
Cada vez que miro las marcas físicas del pasado en mi cuerpo recuerdo de dónde me sacó Dios. No necesito cortarme para llenar el vacío, pues ya no existe más. No tengo ganas de matarme. ¡Hoy sé que vale la pena vivir!
Rayssa Marinho, 18 años