Crecí en una cierta denominación, pero nunca había conocido a Dios de verdad.
A los 13 años me puse de novia en serio. Antes de eso, solo “pasaba el tiempo” con los chicos. Estuve tres años con ese novio que me traicionó varias veces. Me fui convirtiendo en una persona demasiado acomplejada, me sentía fea y muy insegura, entonces decidí ser una persona diferente. Terminé esa relación y me fui de esa iglesia. Comencé a usar ropa corta y a estar con un montón de chicos a la vez. Comencé a llamar la atención de las personas, quería ser la más linda, pues pensaba que, siendo linda, algún novio me iba a valorar y no me traicionaría.
Entonces me fui convirtiendo en una persona vulgar y comencé a hacer cosas malas para llenar un vacío que había en mi interior. Comencé a tomar todos los días, me relacionaba cada vez más con los hombres y comencé a relacionarme con mujeres también.
A los 16 años comencé otra relación seria con un muchacho que me presentó las drogas (marihuana y cocaína). Comencé a consumirlas también y a fumar cigarrillos, y fui hundiéndome cada vez más. Entré en un gimnasio y comencé a tomar anabólicos para tener el cuerpo de una bailarina de funk.
Cuando esa relación llegó a su fin, yo estaba muy frustrada con los hombres y decidí jugar con ellos de la misma forma como ellos habían jugado conmigo. Me convertí en una persona interesada: solo me relacionaba con quien tenía dinero.
Comencé a salir de domingo a domingo y me convertí en una persona muy agresiva, pues a cualquier cosa que me decían ya comenzaba una pelea. Siempre queriendo aparecer, llamar la atención.
Por dentro sufría mucho, pues sabía que aquello no era vida. Lloraba mucho cuando me iba a dormir, me sentía muy sola. Me volví una persona depravada. En el barrio donde vivía todos hablaban mal de mí; era una pésima influencia para las personas. Mi familia sentía vergüenza de mí.
En el fondo, siempre sentí un deseo de conocer a ESE Dios de Quien oía hablar, pero no tenía fuerzas para dejar el pecado. Mi madre ya vivía en otra ciudad y yo estaba sola. No había nadie para que me frenara; yo hacía lo que se me ocurría. Llegaba a la hora que quería y solo vivía en la calle, en los bailes, en los bares…
Hasta que un día decidí dejar todo y fui a vivir con mi madre. Agarré mis cosas y fui, solo que el diablo no quiso perderme. Él sabía un sueño que tenía en el mundo, que era ser bailarina de funk. Entonces, cuando ya estaba en la casa de mi madre, en menos de una semana recibí una llamada. Me hicieron una propuesta para trabajar como bailarina de funk.
Dejé todo y volví a esa vida nuevamente. Fue entonces que llegué al fondo del pozo. Conquisté ese sueño de ser bailarina, pero el vacío que sentía aún estaba allí. Continuaba frustrada, depresiva, acomplejada. Hasta que una vez más dejé todo y me fui a vivir con mi madre nuevamente, esta vez en serio.
Llegando a la ciudad, Le entregué mi vida a Jesús. Quise cambiar, siempre Le pedía a Dios que me diera una oportunidad de conocerlo mejor, y Él me la dio. Fue entonces que llegué a la Iglesia Universal. Me liberé de todos mis traumas, recibí el Espíritu de Dios y hoy soy una nueva Monique. Cuando tuve un encuentro con Dios, ese vacío que sentía y que nada llenaba fue llenado por el Espíritu Santo.
Una familia llamada FJU (Fuerza Joven Universal) me recibió con los brazos abiertos. Descubrí la verdadera amistad, conocí a mi esposo en el grupo y hoy nuestro objetivo es ayudar a los jóvenes que están perdidos como un día yo lo estuve.
Monique