Diego: «Cuando era chico, vivía enfermo. Iba a curanderos intentando sanarme, pero nada funcionaba. Mi familia estaba destruida, estábamos mal económicamente y había muchos maltratos físicos y verbales entre mis padres.
Cuando tenía doce años, vi que mi papá maltrató a mi mamá, lo enfrenté y me echó de casa. Me tuve que ir a la calle y, en esas circunstancias, conocí las drogas y empecé a robar. Era una persona problemática en todos lados, no me dejaba ayudar.
Cargaba con una bronca hacia mi papá y la descargaba en los boliches, peleándome con todo el mundo.
Sumado a eso, empecé a trabajar desde chico, entonces nunca pude disfrutar de mi niñez. Sufría bullying en la escuela, tenía muchos complejos y no tenía ganas de vivir.
Mi fondo del pozo fue cuando me tuve que ir de mi barrio, porque había causado muchos problemas con los vecinos. En ese momento mi abuela me invitó a la Iglesia Universal. Al participar, comencé a hacer lo que se enseñaba y, así, logré dejar los vicios y prosperar.
A pesar de haber visto el poder de Dios en mi vida, un día cambié mi enfoque y empecé a preocuparme por mi vida amorosa. Comencé a hacer cosas a escondidas y me fui alejando de Dios. Dejé de orar y vivía de apariencias. Cuando me di cuenta, ya estaba totalmente apartado.
Pensaba que ya no necesitaba a Dios, que no me hacía falta buscarlo. Entonces, empezaron a salirme mal las cosas, mis padres se separaron, perdí el trabajo, no tenía para comer y tenía muchas deudas. Llegó un momento en el que no tenía ni siquiera para higienizarme. Estaba depresivo y ya no quería vivir.
Entonces, quise volver a la iglesia, pero me costaba. A pesar de todo, un día entré, hablé con un pastor y él me ayudó mucho. Empecé a perseverar y a dejar el pasado atrás. Logré perdonarme, porque me autocondenaba, me dolía ver todo lo que había perdido por dejar de buscar a Dios.
Esta vez fue diferente porque me entregué por completo, empecé a hacer las cosas para Dios y abandoné lo que sabía que me hacía mal. El Señor Jesús me dio las fuerzas para hacerlo.
Hoy mi vida es distinta, tengo un buen trabajo, saldé las deudas, retomé el emprendimiento que había perdido y terminé de construir mi casa. Mi familia también cambió, pero lo más importante fue haber recibido el Espíritu Santo y Su perdón. Me siento bien, tengo paz, tranquilidad y Dios me da ideas para superarme todos los días. No Lo cambio por nada».
Asiste a la Iglesia Universal ubicada en Sarmiento 295, Tigre.