“Respondió Jesús y le dijo: Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber; tú le pedirías, y Él te daría agua viva.” – Juan 4:10
“Ah, si Mi pueblo Me conociese… ¡Ah, si él Me escuchase!” Este es el lamento de Dios, bien expresado aquí en este pensamiento de Jesús. Él le pidió un poco de agua a la mujer Samaritana, que fue a sacar agua del pozo. Ella, movida por el prejuicio prevalente en la época, inmediatamente creó una dificultad. Los Judíos y los Samaritanos ni siquiera tocaban un vaso o un plato que hubiera sido usado por el otro. “¿Usted, un judío, me pide agua? ¿Beberá de mi balde?”
Cuando las personas no conocen a Dios, ellas son cargadas de prejuicios humanos. El negro no tiene alma. El blanco es el diablo. El argentino es orgulloso. El brasileño es un delincuente. Los homosexuales tienen que ser castigados. Edir Macedo es un ladrón.
En realidad, los prejuicios son grandes ladrones. Ellos nos roban conocer quienes realmente son las personas. Quienes pierden somos nosotros.
La Samaritana estaba hablando con el Creador, pero el prejuicio solo la dejaba ver a un judío lleno de sí mismo. Le ofreció un vaso de agua a la Fuente del Agua de la Vida. Si ella supiera lo que Él podría darle…
Conocer a Dios no solamente cura a cualquier prejuicioso, sino que hace de él una fuente que brota vida, sin parar, por donde va.
Aplicación: Lo que Dios le pide, por mayor que sea, es poco delante de lo mucho que Él tiene para darle. Mire a Quien le pide, no para lo que está siendo pedido.
¿Usted ya sufrió de un prejuicio o fue prejuicioso? Cuente una experiencia y lo que ella le enseñó.
(*) Mensaje extraído del blog del obispo Renato.
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