La pandemia cambió la vida de todos, porque exige que las personas se adapten a las circunstancias para superar todo lo que sucede. No se trata de algo fácil, es verdad. Para muchos, la reacción más inmediata es la de quejarse de la situación en la que ellos y otros viven. Ante los problemas, el ser humano, en algún momento de la vida, corre el riesgo de murmurar, lastimarse, hablar mal de alguien o de algo, hacer un cuestionamiento malicioso o intentar denigrar a alguien que no le agrada, pero eso no trae una solución.
Es necesario comprender cuál es el motivo que nos hace murmurar. Cada vez que nos invaden la ansiedad, la falta de fe, la impaciencia, las presiones del día a día, las provocaciones y la ignorancia, por no practicar la Palabra de Dios, podemos ser llevados a murmurar; y una de las cosas que Dios más odia es la murmuración.
La Biblia describe que Su ira se enciende cuando Su pueblo se queja de lo que Él mismo provee. Así sucedió cuando los judíos buscaban la Tierra Prometida. Al dudar de Dios por la demora de la jornada, una gran parte de ellos comenzó a murmurar contra Moisés y, por supuesto, eso produjo consecuencias muy desagradables. Solo cuando esa alianza se renovó fue que todo cambió.
Hoy en día, no es diferente. La pandemia parece que ha dejado eso bien claro. Lo que se ve son personas quejándose en las redes sociales y que tratan de encontrar a un culpable para sus problemas. Muchos de esos comentarios cargan críticas que son como fuego en dirección a un barril de pólvora. El resultado nunca es bueno. Hay casos en los que viejas amistades se terminan, por ejemplo, debido a palabras impensadas y a murmuraciones que generan discordias violentas.
Necesitamos entender que el murmurador, conscientemente o no, es capaz de inventar algo para hablar mal de las personas, incluso cuando no hay nada que decir. Él siempre está enfocado en el error del otro, en lugar de las virtudes. Frecuentemente, es hipócrita: finge que es cristiano, pero muestra su verdadera intención cuando solo habla y piensa en venganza; se olvida con facilidad de cómo fue ayudado; se considera mejor que cualquier otra persona; siempre está insatisfecho y mantiene el corazón duro como una piedra. En el fondo, él ignora totalmente la Palabra de Dios y el Espíritu Santo.
La verdad es que necesitamos renovarnos con Dios, todos los días, para no volvernos murmuradores, siempre listos para señalar el error ajeno y arrojar un comentario explosivo. Debemos llevarle nuestras dificultades a Dios, en oración, en lugar de compartir las amarguras. Ser agradecido con Él, aun en las dificultades, y mantener la fe encendida son antídotos contra el murmullo.
Recuerde que las guerras surgen, pero se ganan con las palabras que se profieren o no. Todo en la vida gira en torno a ellas. De la misma boca pueden surgir palabras buenas o malas, pero la elección de cómo usarlas o de cómo proferirlas siempre es nuestra.