Carencia, un mal tan común que normalmente tiene su origen en la infancia. Sea por la ausencia del padre o de la madre o por la demasiada protección de ambos. La falta de amistades o por la mucha atención de ellas. El rechazo de un amor no correspondido o por una relación que no puede satisfacer por completo. La carencia viene por diversas circunstancias, yo ya fui carente.
A causa de este desafortunado sentimiento, somos capaces de muchos comportamientos autodestructivos como aceptar lo inaceptable en una relación, anularnos para no molestar a alguien que amamos, y hasta distanciarnos de todo y todos, sólo para “disfrutar” el dolor que viene con ella.
No se cura la carencia con relación, ni amistad, ni éxito o realización de un sueño. Sólo tiene una fórmula que funciona y fue a través de ella que me curé.
Un buen día, cuando oí de mi padre “para de pedir tanta atención a tu esposo, sirve a Dios ayudando a otras mujeres como tú” fue el día en el que se acabó mi carencia.
En vez de esperar en Renato la solución de lo que me faltaba, empecé a hacer lo que podía hacer. Es decir, dejé de esperar, y empecé a hacer. Dejé de depender de los demás, y empecé a hacer lo que dependía de mí.
Dejé de enfocarme en lo que no tenía y empecé a dar lo que tenía que dar.
De mi debilidad, tomé fuerza.
Y cuanto más me daba, más yo recibía del propio Dios, que vio mi fe y me honró moldeando a Renato en un marido más cariñoso, atento, y compañero.
Traté de cambiar a mi marido durante 12 años y casi perdí mi matrimonio. El día que usé esa fórmula, dejé de ser carente, solucioné todos mis problemas de matrimonio y me convertí en una mujer fuerte.
En la fe del DIGA EL DÉBIL, FUERTE SOY.