“Jesús le dijo: Porque Me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron.”
(Juan 20:29)
Somos más privilegiados que los discípulos que vieron a Jesús cara a cara y convivieron con Él durante los tres años de Su ministerio; somos más privilegiados que los propios ángeles, porque ellos vieron y ven al Señor. Sin embargo, nosotros no Lo vimos, pero creemos.
El profeta Isaías tuvo la visión de Dios sentado sobre un alto y sublime trono. Vio también que Serafines sobrevolaban el trono y glorificaban al Altísimo (vea en Isaías 6:1-7). Aquí tenemos las únicas informaciones bíblicas sobre esa clase de ángeles. Con asistencia directa al Santísimo, parecen ocupar la posición más relevante entre los seres angelicales.
Por otro lado, en Su carta dirigida a la iglesia en Laodicea el Señor Jesús hace una de las promesas más magníficas para el vencedor: sentarse con Él en el trono, de la misma forma como Él está sentado en el trono con Su Padre (Apocalipsis 3:21). A la iglesia en Filadelfia le dice: Yo lo haré columna en el templo de Mi Dios, y nunca más saldrá de allí (Apocalipsis 3:12). La posición final de los vencedores será infinitamente más relevante que la de los seres celestiales de mayor grandeza.
Es bueno recordar que el vencedor aquí no se trata de que fue salvo “por la campana”. O sea, los que fueron salvos inmediatamente antes de la muerte. ¡No! ¡Mil veces, no! Estos serán salvos. Pero el galardón de la gloria está prometido solo para los que lucharon y vencieron. Vencedor es el que enfrentó dificultades en su jornada de la fe. ¡Soportó afrentas, injusticias, dolores, calumnias y persecuciones a causa del Señor y permaneció fiel hasta el fin!
Nuestra fe nos hace privilegiados delante del Altísimo.
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Fuente: Libro “El Pan nuestro para 365 días”, del obispo Edir Macedo