Pablo está en su segundo gran viaje misionero, enseñándoles a las personas sobre la Salvación en Jesús, hasta que llega a la ciudad de Filipos, en Macedonia. Fuera de la ciudad, Pablo encuentra un lugar para orar, está con Silas y conversan con las mujeres que estaban en ese lugar.
Una de ellas es Lidia, que era temerosa de Dios. Ella era vendedora de tejidos de púrpura, en la ciudad de Tiatira, esa era su profesión. Después de oír la prédica de Pablo, Lidia y su familia son bautizadas. Viendo que los apóstoles no tenían dónde hospedarse, ella los invita a quedarse con su familia.
La Biblia no lo relata, pero es posible que Lidia se hubiera mudado desde Tiatira a Filipos a causa del trabajo, y todo indica que ella estaba a cargo de su familia y que no tenía marido.
Sin embargo, la profesión de vendedora le permitía ganancias económicas muy altas. Según Marco Valério Marcial, un poeta romano del siglo 1, un manto de púrpura de la ciudad de Tiro podía costar 2,5 mil denarios – un denario era el valor de un día de trabajo -, lo que posiciona a esos tejidos como algo lujoso para la época. Generalmente, los compradores pertenecían a una elite política y militar. Es como si ella fuera una empresaria del mundo de la moda de hoy en día.
El comercio de tejidos en la Antigüedad
Cuando hablamos del comercio en la Antigüedad, se hace una marcada referencia a los fenicios porque ellos eran los mayores promotores de ventas en aquella época y comercializaban – además de tejidos – aceite, vinos, muebles, joyas y armas. Tenían una gran ventaja al dominar la tecnología marítima.
Los barcos eran movidos por velas con la fuerza de los vientos, las mercaderías se almacenaban en las bodegas de las embarcaciones y eran protegidas dentro de vasijas de arcilla con arena. En aquella época ya existía la piratería, por eso era común que, para evitar saqueos, un barco de guerra acompañara a un barco mercantil.
Había puestos comerciales fijos en varios lugares a lo largo del Mediterráneo, en esos puestos se establecían marineros, comerciantes y artesanos. Pero como el movimiento era muy fuerte, el control sobre las negociaciones, stocks y valores les exigió a los fenicios la creación de un alfabeto fonético – el primero de la humanidad – el cual poseía 22 letras, que también terminó influyendo en el surgimiento del alfabeto occidental actual.
El comercio de tejidos en la ciudad de Tiatira – hoy localizada al oeste de Turquía – fue una de las especialidades del lugar, y para poder comercializar sus productos era necesario que el vendedor perteneciera a una de las asociaciones del oficio – que tenían como objetivo regular la profesión.
El proceso de elaboración de un producto
No todos los tejidos se teñían, ya que la forma de conseguir los colores era muy trabajosa. Por ejemplo, el color azul era elaborado con el añil, y ese colorante era extraído de una planta llamada índigo (foto).
El color púrpura – especialidad de venta de Lidia, según lo relata la Biblia* – era un colorante, generalmente de color rojo o violeta, extraído de caracoles marinos (foto). Una característica que ayudaba a aumentar el valor de ese producto era que, con el pasar del tiempo, la tintura no se descoloría.
Pero para que el tejido fijara el color, era necesario que permaneciera expuesto al sol durante un tiempo. En el caso del púrpura, por ejemplo, el molusco era fraccionado y se extraía la glándula que producía la secreción encargada de dar la tonalidad. Se mantenía dentro de una preparación salina a lo largo de 3 días, y después, todo se hervía en agua durante 10 días, para que pudiera aplicarse al tejido.
(*) Hechos 16:14