Al final del último capítulo, Jesús termina diciéndoles a los discípulos, “¡Levántense, vamos a salir de aquí!” Ellos dejan el lugar donde cenaron y se dirigen en dirección al Jardín de Getsemaní, en el Monte de los Olivos.
Se aproxima la medianoche, la luna está llena (la Pascua judía es siempre celebrada en período de luna llena), y Jesús aquí continúa dándoles Sus últimas orientaciones y Su consuelo a los discípulos. Estas palabras fueron dichas de camino al Jardín o cuando ya estaban allá.
Al leer este capítulo, me transporté a esta escena y me vi allí entre los once, oyendo y digiriendo cada palabra del Señor Jesús, al paso que caminábamos juntos hasta que nos sentamos entre los olivos del Getsemaní. Esta experiencia le trae un entendimiento mucho mayor y más fuerte que cuando usted simplemente lee el texto impreso o en la pantalla de un dispositivo digital en el siglo XXI. Debería probarlo.
Aprovechando el escenario del jardín, Jesús compara nuestra relación con Él, con el de una vid y sus pámpanos. Mientras estamos con Él “juntos y mezclados”, Él está con nosotros, nosotros damos mucho fruto, Él nos limpia con Su Palabra para que demos más fruto, recibimos todo lo que pedimos, y mostramos con nuestras obras y carácter que somos Sus discípulos.
Estar fuera de Él, lejos de una relación con Él, es lo contrario a todo eso: estamos solos, no damos frutos, no recibimos Sus palabras de orientación (nos perdemos), no recibimos lo que pedimos, todos ven que no hay nada de Dios en nosotros, y nuestro final es que seamos lanzados al fuego, como un gajo seco cuya única utilidad es ser quemado. El fuego aquí, es probablemente una alusión al destino de los que eligieron vivir separados de Jesús: el infierno.
En cuanto a los que eligieron vivir con Él, Jesús refuerza el tipo de amor que tiene por ellos: “Así como Mi Padre Me ama, Yo los amo a ustedes.” Juan 15:9
Yo les digo: ¡este no es un amor cualquiera!
El amor que el Padre tiene por Jesús es inexpresable de tan grande y profundo. Es un amor que Los iguala. La Biblia dice que el Padre Le entregó todo al Hijo, Le dio un nombre por encima de todos los nombres, autoridad total en la Tierra… Y Jesús viene y dice: “como Mi Padre Me ama, Yo los amo a ustedes”. ¡Dios nos ama como ama a Jesús. ¡Esto es maravilloso!
Yendo de un extremo al otro, Él habla también de un odio que sufriríamos: el odio del mundo, que no Lo conoce. Seguir a Jesús no le hará ganar aplausos de las personas. Comenzando por amigos y familiares, muchos le criticarán y se volverán incluso enemigos. Y es en vano intentar convencerlos de lo contrario. El Padre aún no les fue revelado a ellos. No entienden Su mensaje.
La marca de los verdaderos discípulos del Señor Jesús es el odio que el mundo les tiene. Como Él dijo, esto es para que se cumpla o que está escrito: “Ellos me odiaron sin motivo.” (Salmos 69:4)
¡Qué bueno que tenemos el inexplicable amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo para compensarlo!
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