Entre los muchos dioses egipcios había uno cuya cabeza era de oveja/cordero. Debido a eso, los pastores de ovejas no eran bienvenidos entre ellos. El esquilado y, en especial, su sacrificio eran una afrenta para la fe egipcia.
El pedido Divino del sacrificio de un cordero y la exposición de su sangre en los umbrales de la puerta de entrada de la casa no debe haber sido una tarea fácil para los israelitas. Exigiría coraje. Ciertamente, eso insultaría a los egipcios y los tornaría más agresivos hacia los judíos.
Los hijos de Israel tuvieron que elegir entre sacrificar a Dios y correr riesgo de vida o excluirse de eso y “salvar” su propio pellejo.
A cada instante de la vida, los convertidos pasan por el mismo dilema delante del mundo. Allí está la prueba de su fe.
He aprendido que el ejercicio de la fe es más una cuestión de actitud de coraje en obedecer la voz de Dios que el hecho de sentirlo.
“Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por causa de Mí, la hallará.” Mateo 16:25
Nadie se salva movido por los sentimientos. La salvación exige actitud, acción o materialización de la fe. Es decir, ¡coraje!