Siempre hay quien pregunta, después de oír la Voz de Dios:
“¿Por qué tengo que sacrificar esto o aquello? ¿Por qué tengo que renunciar a alguien o a algo por lo que luché tanto tiempo para conquistar?”
A causa de esos cuestionamientos, la persona pasa una vida entera negándole a Dios lo que Él le pide, y así se separa de la realización del sueño de Dios en su vida.
Todo eso porque no logra entender esta Palabra:
“Porque Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos Mis caminos, dijo el SEÑOR. Como son más altos los Cielos que la Tierra, así son Mis caminos más altos que vuestros caminos, y Mis pensamientos más que vuestros pensamientos.” Isaías 55:8-9
En la historia de Abraham vemos claramente esa verdad:
a) Pensamiento de Abraham: tener un hijo, un heredero.
b) Pensamiento de Dios: convertirlo en padre de numerosas naciones.
Ahora se hace más fácil que entendamos por qué Isaac tenía que ser sacrificado. Entre otros motivos que ya conocemos, Isaac era el testimonio de Abraham, pero la Ofrenda de Sacrificio era necesaria para realizar el sueño de Dios.
Cuando una persona entiende que está siendo convocada para realizar un sueño de Dios, que es mucho mayor que el de ella, tiene que entender también que el nivel de exigencia aumenta, como sucedió con el Propio Dios que, para cubrir la vergüenza de Adán y Eva, sacrificó a un animal, pero, para darle la oportunidad de Salvación a la raza humana entera, tuvo que sacrificar a Su Propio Hijo, el Cordero Santo y sin defecto, ¡infinitamente más Precioso!
Para terminar, un detalle más fuerte: Abraham no tuvo a Isaac cuando Sara lo parió, sino cuando lo sacrificó en el Altar.
¡Dios los bendiga abundantemente!