Tu punto más vulnerable puede estar en un lugar que todavía no pensaste
Si alguien te preguntara qué es lo más frágil que tenés, posiblemente te acordarías de una joya, una prenda de tela delicada o algún artículo de decoración, como una vajilla de cristal. Sin embargo, lo que muchas mujeres ignoran es que lo más frágil que tienen está dentro de ellas: su corazón.
Corazón frágil
Según la Biblia, el corazón es el centro de la vida y representa el alma, y es donde radica su fragilidad. La mayoría de nosotros vive como si todo se redujera a esta vida y a lo que ocurre mientras estamos en este cuerpo físico. No obstante, ese entendimiento contradice lo que leemos en las Sagradas Escrituras. Nuestra vida acá es un suspiro, comparada con la eternidad que nos espera, y esa eternidad puede ser al lado de Dios o sufriendo lejos de Él, y eso dependerá de la elección que cada persona haga.
Alma en peligro
Debido a esta realidad, es vital entender que guardar el corazón significa guardar el alma y, en consecuencia, la propia Salvación. Y, si consideramos cuán frágil es, todo cuidado es poco frente a su valor y a los riesgos que la rodean.
Es como si estuviéramos en medio de una guerra que no vemos, pero tenemos que luchar. Y, a veces, en lugar de estar luchando, estamos desprevenidas en medio de la guerra, sin darnos cuenta de que hay muchas cosas a nuestro alrededor queriendo quitarnos lo que tenemos.
Protegete
Por eso, cumplir con la orden dejada en la Palabra de Dios de guardar lo más valioso que tenemos no se restringe solo a eliminar el pecado de nuestras vidas, sino principalmente a extinguir todo lo que, aunque aparentemente no sea un pecado, puede afectar nuestra comunión con Dios, como las malas influencias, un sentimiento o una desconfianza sin motivo respecto a alguien, entre otros.
Ese cuidado es lo que diferencia a quienes están bien con Dios de los que han dejado de tener fe en Él.
Estamos en el fin
La mejor manera de cuidar del alma es creer y seguir creyendo siempre: es aceptar la Palabra de Dios sin resistirse ni debatir con la Santidad. El placer de temer a Dios, sin embargo, solo ocurre por la acción del Espíritu Santo, que solo viene sobre los que le entregan su vida al Señor Jesús.
Estamos en el fin, y en el fin no se hacen planes para el mañana. Lo que tenés que hacer en el fin, es decir: “Dios, ayudame a guardarme, ayudame a verme, limpiame, guardame de mí misma”. Así estarás siempre cuidando ese bien tan precioso y frágil que tenés.
Godllywood
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