Equivocarse es inherente a todo ser humano. Es decir que, si es inevitable que en algún momento nos equivoquemos, será imprescindible, también, el perdón. Todos quieren ser perdonados cuando son el ofensor, pero, cuando son el ofendido, perdonar parece ganar un peso importante.
Pedro, uno de los apóstoles del Señor Jesús, Lo cuestionó sobre si había un límite para perdonar a alguien. En esa época, los rabinos decían que la persona ofendida debería perdonar hasta tres veces.
El apóstol indagó al Mesías y sugirió si siete era el número ideal de veces para perdonar a alguien.
Sin embargo, el Señor Jesús, enseñó la parábola de los dos deudores (usted puede leerla en Mateo 18:21-35) y sorprendió a todos con Su respuesta.
Perdonar para ser perdonado
Seguramente, al perdonar siete veces al que lo ofendió, Pedro pensó que estaba haciendo algo muy grande. A fin de cuentas, era más del doble de lo que enseñaban los religiosos. Imagine su sorpresa al escuchar del Mesías: “… No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete.” Mateo 18:22
El obispo Edir Macedo, en sus anotaciones de fe, resalta que, “Jesús no quería que Pedro usara una regla matemática para saber el número exacto de perdones concedidos, sino que comprendiera que esa actitud es ilimitada”.
Con el ejemplo de la parábola, el Señor Jesús enfatiza que la misericordia de Dios es para el que es misericordioso, porque sabe cuán egoísta es la naturaleza humana en querer recibir sin dar nada a cambio.
“No obstante, el perdón debe ser sincero. Eso significa que no sirve perdonar con palabras si el corazón está cerrado para el perdón. El destino del que no perdona es el tormento eterno”, concluyó el obispo.
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