Mirá qué hacer para evitar ser un imitador, porque no te llevará a ninguna parte. Convertite en un verdadero líder.
Muchos hombres se preguntan cómo pueden llegar a ser buenos líderes. La mayoría de ellos no tienen o han perdido por completo la referencia de lo que significa asumir el liderazgo en los más diversos ámbitos, ya sea en el trabajo, en la familia, en las actividades de voluntariado, en la iglesia a la que asisten e incluso al participar en actividades sencillas, como el caso de un partido de fútbol entre amigos. Por eso, hay quienes actúan incorrectamente a la hora de liderar, actúan con rudeza e incluso intimidan a quienes deben guiar con equilibrio.
La gran verdad es que muchos hombres ni siquiera tienen idea de lo que significa ser un verdadero líder.
Para diferenciar a los líderes reales de los falsos, basta con darle poder a una persona que aspira a liderar, ya que la diferencia aparece rápidamente. Muchos se corrompen al afrontar esta responsabilidad y confunden liderazgo con tener el poder de mandar a otros. Creen que convertirse en líder puede ser una posición que no requiere ciertas cualidades, naturales o no. Ser líder no es simplemente poder realizar determinadas tareas. Es una postura más profunda, que implica carisma e influencia positiva en quienes te rodean.
Liderar significa tomar decisiones, a menudo difíciles, sin transferir responsabilidades, sobre cómo hacer y cuándo realizar algo según su importancia. Además, el líder no es sólo el que señala una dirección si el barco necesita llegar a un destino, sino el que rema con el equipo y no se limita a ordenarles a los demás que remen mientras se cruza de brazos.
En otras palabras, no busca ser un líder, sino que se preocupa por servir, pues pretende sobre todo ser indispensable y, inconscientemente, acaba siendo un ejemplo para seguir. El Señor Jesús dijo: “Pero el mayor de vosotros será vuestro servidor.” (Mateo 23:11). Por eso, quien es líder sabe obedecer antes de mandar, no deja que el poder se le suba a la cabeza ni lo corrompa y es consciente de que el liderazgo gravita hacia él porque busca servir y ser útil.
El ejemplo más claro de liderazgo innato que podemos seguir sin dudarlo es al Señor Jesús. Es íntegro y auténtico y, sin embargo, humilde. Tiene compasión y valora a todos, sin importar en qué posición se encuentren. A través de Sus enseñanzas, logra crear un vínculo de corresponsabilidad con todos aquellos que Lo siguen creyendo en Su Palabra. Jesús establece una relación de confianza mutua y es muy claro, firme y asertivo.
Además, la razón por la cual Su liderazgo era evidente mientras estuvo en la Tierra es que Jesús dependía de Dios y Le pedía dirección en todo lo que hacía. Al conocerlo para convertirnos en mejores hombres e incluso líderes, podemos inspirarnos y seguir estas premisas; también mantener la mente abierta para comprender que para ser un buen líder es fundamental que haya espacio para mejorar.
Hacé un pacto con Dios y dejá que en el viaje por el camino se construya no sólo para esta vida, sino también para la eternidad, con el Líder Principal, que es Dios.