Un amigo me relató esta historia. Él tiene una piscina en su casa y me contó que un día fue a un negocio a comprar productos químicos que se usan para mantener el agua de la piscina limpia y saludable. Entró al negocio y fue agarrando de los estantes: cloro granulado, elevador de pH, reductor de alcalinidad… y otros suplementos. Llegó a la caja para pagar y se sorprendió con el valor. Se quejó con el comerciante:
— Está caro, ¿no?
— Así es, señor. La piscina es igual a una amante: cara para mantener, da más trabajo y usted solo se queda adentro un poquito.
Por más grosera que sea la comparación, no deja de ser verdad. Que lo digan los hombres que tienen amantes. Hay que gastar en hotel, regalos, restaurantes, ropa, celular privado que la esposa no sabe que existe, escapadas en horario de trabajo… sin contar el eventual dinerito del “no se lo digas” a nadie. Pero hay más.
Entonces viene todo el trabajo de esconderle el asunto a la esposa y a todos los que puedan contárselo. Las mentiras cada vez son mayores, la cuenta de email secreta, recordar borrar el historial del celular y de la computadora, no ausentarse mucho de la casa para que la mujer no desconfíe, ni estar muy lejos de la amante para que no reclame, el cuidado para que no se quede el perfume de la amante en la ropa, pagar todo en efectivo en vez de usar tarjeta, cuidarse de que la otra no quede embarazada… la lista es larga.
Y claro, sin hablar del costo mayor de todos: ser descubierto, perder el matrimonio y el respeto de sus hijos, el buen nombre y la paz. Todo solo para quedarse un poquito adentro y luego salir.
Realmente, lo que lleva a un hombre casado a tener una amante no tiene ningún sentido inteligente. Sin embargo, cada vez más, los hombres han escogido el alto precio de la traición.
Considere la alternativa: convertir su matrimonio en una excitante aventura y a su mujer en su amante. ¿Imposible? No descarte tan rápido la idea.
Sé que muchos hombres terminan involucrándose con otras mujeres porque encuentran en ellas lo que falta en su esposa. Las palabras dulces en vez de quejas, la apariencia sexy en vez de olor a ajo y cebolla, los besos en vez de peleas. Pero no se dan cuenta de que muchas veces ellos son los mayores responsables de que sus esposas se vuelvan aburridas. Si comenzasen a tratar a la amante como tratan a la esposa, en poco tiempo la amante se volvería aburrida también.
Para tener siempre una esposa-amante en casa, usted tiene que ser un marido-amante. Es mucho más simple, más barato, y al final, el placer es mayor.
Extraído Blog Obispo Renato Cardoso
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