En el desierto hay poco o nada de agua. Poco o nada de comida. Y también nada o casi nada de personas (de allí mismo proviene el nombre del lugar). Falta de comida y agua debilita el cuerpo. Con el cuerpo débil, el ser humano busca fuerza en el espíritu.
Pero el enfoque no es solo el espíritu del hombre, sino el Espíritu Santo de Dios – y es de Él que proviene la verdadera fuerza. La falta de personas alrededor, de informaciones en exceso, traen la soledad. Y la soledad debilita el lado psicológico. Pero no siempre necesita ser mala. Sin algo o alguien que nos distraiga, podemos tener el enfoque total en Dios y en lo que Él nos quiere decir.
En la vida, también tenemos los desiertos relacionados a situaciones de privación física y psicológica. Estos desiertos no llegan siempre por nuestra voluntad, por una planificación mal hecha, por un pecado. Otras veces, sí.
El Señor Jesús nos mostró, en la práctica, que hay un fin para el desierto: la fe incondicional en Su Nombre. Sin embargo, ¿cómo conseguir esa fe? El Ayuno es una gran oportunidad para que su espíritu sea renovado y su fe, avivada.
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