Muchas veces posponemos una acción por nuestra manía de dejar todo para después. Postergamos al máximo alguna actitud que podríamos haber adoptado antes y, cuando nos damos cuenta, terminó quedando atrás.
Este hecho complicado es la famosa postergación, que está presente en muchas áreas de nuestra vida. El problema es que, a veces, priorizamos algo que no es tan importante y dejamos para después lo que realmente debe ser hecho, como la manutención de la vida espiritual. Algunos dicen “no leí la Biblia porque no tuve tiempo”, “voy mañana a la iglesia porque hoy tengo que resolver algo”, “voy a orar después, ahora no”. Sin embargo, cuando la persona se da cuenta, ya está muy ocupada con actividades que no son necesarias en ese momento.
El obispo Claudio Lana destaca que la postergación nunca debe ocurrir en la vida espiritual, y que la comunión con Dios siempre debe estar en primer lugar, principalmente con el pasar de los meses y años. “El tiempo sirve para que crezcamos, no para que disminuyamos. Un médico, por ejemplo, adquiere mucha más experiencia con el paso del tiempo que cuando se graduó. En el lado espiritual no es diferente”, advierte.
Cambio de prioridades
La postergación de las actividades de la vida espiritual, así como sucede en otras áreas, está acompañada por varias excusas: la falta de disposición, el miedo, la ansiedad, la pereza, etc.
La excusa de Anderson Felix, de 21 años, para interrumpir su buena relación con Dios fue la falta de tiempo. Hace dos años, él no lograba acomodar el trabajo y los estudios con su vida espiritual, lo que hizo que dejara de ejercitar su fe. “Pensaba en leer la Biblia, pero enseguida la dejaba a un costado porque recordaba que tenía trabajos de la facultad para hacer. Pero, terminaba no haciendo ni una cosa ni la otra.”
Él cuenta que no solo dejó de leer la Biblia. Cuando se puso de novio, no iba más a la iglesia con la misma frecuencia que antes, y vio su vida espiritual pendiendo de un hilo. “Ya no tenía más tiempo para Dios, pero lograba tener tiempo para estudiar, trabajar y también para estar con mi novia.”
Distante de las actividades espirituales, los problemas comenzaron a aparecer en la relación, en la facultad y en el trabajo. Entonces, se dio cuenta que necesitaba reconquistar la comunión con Dios. “Hoy sé que con mi vida espiritual débil no soy nada, por eso, la valoro más que todas las demás áreas.”
Se debe estar atento, porque así como ocurrió con Anderson, muchas personas también son víctimas de la impresión de bienestar. El sentimiento hace que muchos posterguen el mantenimiento de la vida espiritual y se dejen llevar por las emociones y, cuando se dan cuenta, están lejos del blanco y sin fuerzas para superar los problemas.
Preocupaciones en la mente
La empresaria Marineide Santos Santorell, de 57 años, es un ejemplo de alguien que durante muchos años se dedicó a la comunión con Dios. Pero, cuando aparecieron obstáculos en su vida, dejó el lado espiritual en último lugar. Ella, que oraba hasta en las madrugadas, iba a las reuniones frecuentemente y participaba de varias actividades de la iglesia, se fue debilitando. “Todo cambió cuando perdí a mi yerno. Me hice cargo de una empresa que no había proyectado, pasaba la mayor parte del tiempo en ella y tuve varios conflictos”.
De a poco, dejó de orar como antes, salía de las reuniones corriendo hacia el trabajo y siempre estaba preocupada. “Le decía a Dios que iba a volver a ser como antes, pero cuando llegaba el lunes, venía un torbellino de pensamientos, entonces, en ese momento, estaba más ocupada y continuaba todo de la misma manera”, recuerda.
Cuando vio que los problemas se habían incrementado, Marineide se dio cuenta que no podía más seguir postergando su vida espiritual, y cambió su pensamiento. “Ahora sé que en primer lugar debo enfocarme en mi relación con Dios y luego, dedicarme a las demás áreas.”
¿Qué se debe hacer para que la vida espiritual esté en primer lugar? El obispo Claudio dice que es necesario mantener constantemente una conexión con Dios. “Es igual que el acceso al fuego en el pasado. Para conseguirlo, era necesaria la fricción entre dos piedras, lo que exigía paciencia y perseverancia. Como encender el fuego nunca era fácil, cada casa permanecía con una pequeña lámpara encendida, que siempre era suministrada con aceite para que no se apagara. Lo mismo sucede con la vida espiritual. Es necesario alimentarla con oraciones, con la meditación en la Palabra de Dios y principalmente, con el ejercicio de la fe”, explica.
Para que siempre podamos estar conectados con Dios, las actitudes de fe no pueden postergarse, sino que deben realizarse inmediatamente. “Recibimos las promesas de Dios cuando hay una entrega total y sincera de nuestras actitudes, que se acompañan de renuncias y sacrificios. Esta entrega no puede ser dejada en segundo lugar”, concluye el obispo Claudio.
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