¿Quién no ha pasado horas y horas estudiando para la materia previa, el final de la facultad o buscando recuperar apuntes para el CBC? Digamos, entonces, que ya sabe lo que es quemarse las pestañas ¿no?
Esta expresión tan conocida sirve para definir a alguien que se dedica mucho a la lectura y a los estudios de forma general. Lo que siempre termina llamando la atención es cómo puede ser que el mismo refrán se utilice en distintos idiomas. El punto es que, además de la falta de luz eléctrica, este ha sido un dicho propio de lenguas romances entre las que se pueden contar al portugués, francés e italiano, entre otras.
Su origen aparece en Coimbra, la mayor ciudad de la región central de Portugal, que abriga a una de las universidades más antiguas del mundo (y aun está en funcionamiento), la Universidad de Coimbra.
Antes de la revolución industrial y la llegada de la luz eléctrica, los estudiantes usaban la llama de la vela o una especie de lámpara – tipo de lámpara, sólo que más rústica, en que una mecha, alimentada por aceite, proveía luz para estudiar de noche-.
Con esa precaria iluminación, era necesario dejar la rústica lámpara o la vela bien cerca del objeto de lectura objeto de lectura lo que, eventualmente, provocaba que se chamuscaran el bello del brazo, del rosto o incluso de las pestañas y cejas.
De ahí que la expresión “quemarse las pestañas” -con la variante, en algunos países, “quemarse las cejas”- traspasó generaciones como sinónimo de leer y estudiar mucho.
Es notable como hubo muchas personas que lograron terminar su carrera con tan pocos recursos y desarrollar proyectos con instrumentos que hoy sólo vemos en museos y casas de antigüedades.