En el bautismo en las aguas por inmersión, tenemos tres elementos: el candidato, las aguas y el pastor. En el bautismo con el Espíritu Santo también tenemos tres elementos: el candidato, el Espíritu Santo y el Señor Jesucristo.
Al ser bautizada con el Espíritu Santo, la persona, parecido al bautismo en las aguas es literalmente inmersa (cubierta) por el Espíritu Santo. De acuerdo al testimonio de Juan Bautista, quien bautiza así es el Señor Jesús, añadiendo la palabra “fuego”, que, aparentemente contrastando con el agua, también ejerce la acción de purificar al quemar y destruir las impurezas: “Yo a la verdad os bautizo en agua para arrepentimiento, pero el que viene tras mí, cuyo calzado yo no soy digno de llevar, es más poderoso que yo. Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego.” (Mateo 3:11).
Es imposible, por lo tanto, que alguien se diga bautizado en el Espíritu Santo si, verdaderamente, no tiene el Señor Jesús como su Único Pastor y Señor.
¿Por qué el Señor Jesús precisó ser bautizado?
Para que podamos entender por qué el Señor Jesús tuvo que ser bautizado tanto en las aguas como en el Espíritu Santo, precisamos recordar que vino a este mundo de la misma manera que todo ser humano, pero solo con una diferencia: fue generado en el vientre de la Virgen María por obra y gracia del Espíritu Santo.
Su manifestación aquí en la Tierra, antes de morir, resucitar y ser glorificado, era exclusivamente humana, al igual que cualquiera de nosotros (Juan 4:6,7; Marcos 4.38; Lucas 19.41 y otros).
Él, por tanto, precisaba de condiciones especiales para sobrellevar los deseos de la carne y ejercer Su ministerio, por el cual vino. Por ese motivo era imprescindible que recibiera tanto el bautismo en las aguas como el bautismo con el Espíritu Santo, lo que sucedió a los 30 años y lo capacitó para dar inicio a Su ministerio terreno.
Bien, si el propio Señor Jesús precisó ser bautizado, ¡cuánto más nosotros, que hemos cometido tantas fallas, errores y pecados!
* Extraído del Libro “Estudios Bíblicos”, del obispo Edir Macedo