Muchas veces, se vende la idea de una vida cristiana con paz interior y una realidad tranquila lejos de las preocupaciones. Los que piensan que están libres de los desafíos, necesitan despertarse espiritualmente y entender que quien asume la fe, se coloca en la primera línea del campo de batalla espiritual. “No penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para traer paz, sino espada.”, (Mateo 10:34).
¿Contra quién es la lucha?
Nuestro enemigo espiritual no debe ser subestimado. Como está escrito en 1° Pedro 5:8: “Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar…”.
La lucha contra el diablo exige espiritualidad. Por un lado hay que luchar por la salvación del alma, combatiendo las tentaciones del mundo; y al mismo tiempo, contra nuestras propias voluntades, que en la mayoría de las veces, pueden conducirnos al pecado y alejarnos de Dios. De esta manera, cualquiera se vuelve vulnerable. La muerte espiritual se instala en nuestro interior y nos destruye de a poco.
La Palabra de Dios resalta la importancia de conocer la Verdad (Juan 8:32). Pero ¿cómo diferenciar la voz de la Verdad si somos, constantemente inducidos al error por la voz del diablo, del pecado y de la mentira? Es exactamente esa confusión que el diablo quiere instalar. El principal objetivo del infierno son los que tienen el Espíritu Santo, ya que reciben autoridad para derrotarlo.
Si las artimañas que vienen del infierno son muchas, nos queda saber manejar muy bien nuestra única y principal arma: la fe. Por eso, ningún bautizado con el Espíritu Santo se mantiene vencedor cuando es negligente o desconoce el armamento. Solamente los que aprecian la salvación vencen la guerra, al diablo y a sí mismos. Los nacidos de Dios consiguen mantenerse de pie y ayudar espiritualmente al prójimo.
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