Sagrado, consagrado, santo y separado tienen el mismo sentido espiritual: quieren decir dedicado al Dios Altísimo.
La ofrenda refleja el alma del ofrendante entregada en el Altar; sustituye al ofrendante en el Altar; el Señor Jesús fue la Ofrenda de Dios para sustituir al pecador y para expiar su culpa; el Dios Hijo no tenía ninguna culpa o pecado delante del Dios Padre.
La ofrenda de Su vida era perfecta y santísima, por eso fue aceptada para sustituir a los pecadores que creyeran en Él de verdad.
Él, y solamente Él, pudo sustituir al pecador y cargar sus pecados hacia la sepultura.
Pero no siempre fue así. Hasta la manifestación del Hijo de Dios existían reglas para las ofrendas por el pecado. La gravedad del pecado de cada uno exigía una determinada ofrenda de sacrificio por la falta cometida. El sacrificio tenía que ser un animal macho y sin defecto, símbolos de Jesús, Hombre sin pecado.
La culpa del ofrendante era transferida al animal, que entonces moría en el altar del sacrificio. El pecador quedaba libre de la culpa porque su pecado había muerto junto con la ofrenda.
El sacrificio de animales fue abolido con la muerte de Jesús.
Pero el pecado de los no convertidos al Señor Jesús permanece vivo hasta el momento en que ellos se conviertan.
Si ellos murieran sin la conversión, sus pecados los acompañarían por toda la eternidad. En el Juicio Final serían condenados al Lago de fuego y azufre y le harían compañía a Satanás, a los demonios, al infierno, al Anticristo, a la Bestia, a la muerte y a todos los seres humanos cuyos nombres no están escritos en el Libro de la Vida, esta es la segunda muerte, la definitiva.
“Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda.”, (Apocalipsis 21:8)
Quien cree, ¡amén!
Quien no cree, paciencia…
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