La Biblia habla de muchas mujeres cuyas vidas estaban entregadas a Dios. Sin embargo, también se cita a otras que, aun sin pertenecer al pueblo de Israel, llegaron a conocer a Dios después de situaciones que marcaron la historia de sus vidas. Ese fue el caso de Rahab, una mujer sin ningún valor en su tierra, pero que tiene mucho que enseñarnos en los días de hoy.
Rahab era prostituta y vivía en Jericó, una gran fortaleza a conquistar por los israelitas en la saga por la Tierra Prometida, pero que estaba destinada a una total destrucción. Por pertenecer a un pueblo enemigo de Dios, Rahab reunía todo para ser como era… es decir: incrédula, rebelde, desobediente y llena de amargura y desprecio. Pero a pesar de ser conocida por su mala fama, fue justamente en su casa en la que los espías de Josué decidieron quedarse, al ir a observar la tierra. (Lea Josué 2:1-4).
Sed de Dios
Rahab era una mujer que pertenecía a un pueblo extranjero, pero anhelaba conocer al Dios de Israel. Al igual que ella, todos los habitantes de Jericó habían oído hablar de las grandes obras realizadas por el Señor, a través de Su siervo Moisés. Aún así, el pueblo de Jericó era pagano e idolatraba a otros dioses. Sin embargo, Rahab era diferente. Ella tenía el gran deseo de pertenecer a Dios pero temía ser rechazada por Él. Por eso, cuando la tierra fue invadida, les suplicó a los espías de Josué que tuvieran misericordia de ella y de toda a su familia (Lea Josué 2:9-12).
Cuando el rey de Jericó le ordenó que expulsara a los siervos de Dios de su casa, además de resistir las amenazas, ayudó a los espías a huir de allí. La actitud de protegerlos puso a Rahab en contra de su propia nación. La vieron como una traidora a su patria, pero no pensó en lo que podría sufrir, prefiriendo enfrentarse a todos en su tierra, con tal de formar parte de los planes de Dios (Josué 2: 2-7)
¿Cuántas veces estuvimos en la misma situación de Rahab?: excluidas, rechazadas, y sumergidas en situaciones que parecían ser más fuertes que nosotras. Y ¿cuántas veces pensamos en desistir por el pecado… ensuciando nuestra conciencia y acarreando un gran trastorno a nuestra alma?
Rahab no escondía su situación de este mundo, por lo contrario, tenía un gran deseo de cambiar y estaba preparada para enfrentar incluso al rey de sus padres. Ella confiaba en Dios, pues obedeció cuando los espías le aconsejaron atar un cordón rojo, en la ventana de su casa. Rahab lo hizo porque mantenía la fe en Alguien que sabía que era poderoso, a pesar de que fuera desconocido por ella, por nunca haber tenido contacto con Él. (Josué 2:21).
Dios estuvo con aquella prostituta, dándole vida y cambiando su historia. Rahab fue transformada radicalmente a partir del momento que deseó nacer de nuevo y conocer a fondo a Aquel Dios del que, hasta entonces, solo escuchaba hablar. Eso nos muestra que no importan nuestros pecados. Si estamos determinados a cambiar, Dios es el primero en apoyarnos y ampararnos.
Lecciones de Rahab
Rahab tiene mucho que enseñarnos, porque, por sobre todas las cosas, tenía fe. Aún sabiendo que Dios le había dado muchas victorias a otro pueblo y que su ciudad iba a ser arrasada por completo por Dios, ella confió en la promesa de que sería salva. Aún teniendo una creencia diferente a la de Israel y llevando una vida opuesta a los mandamientos del Señor, estaba dispuesta a aceptar su nueva condición de hija de Dios y a dejar atrás su inmoral pasado.
La fe de Rahab, además de su confianza, obediencia y de cuidar a su familia, hizo de ella una mujer bendecida y sabia, pues estaba segura de que recurriendo al Dios victorioso de los israelitas, podría cambiar un futuro de muerte, por años de paz y felicidad eterna. La decisión de abandonar sus tradiciones, pensamientos y estilo de vida, la sacó de una condición sucia para ser lavada por la misericordia del Señor. Todo pasó tan solo por reconocer su pequeñez y ansiar la grandeza de un Dios diferente de todos los que servía.
El corazón sincero de Rahab y sus actitudes llamaron tanto la atención de Dios que Él permitió que una extranjera viviera junto a su pueblo, recibiéndola como una genuina hija. La sed de cambio de esta mujer hizo que Dios la viera como una santa, en medio de una tierra contaminada por la inmundicia. Aun siendo una prostituta, obtuvo la autorización del propio Dios para ser cuidada y protegida. Una mujer despreciable para su pueblo, fue salva y puesta junto a otros santos de Israel (lea Josué 6:22-25).
Rahab nos enseña que aunque seamos despreciados y humillados por este mundo regado de desamor, existe siempre una esperanza para los que desean cambiar. Además, la fe de esta mujer fue la que hizo posible sacarla de la escoria y de su inferior condición para convertirse en un antepasado del Rey David y del Señor Jesús (Lea Mateo 1:1-5).
Su historia nos enseña también que por más que cometamos errores o vivamos situaciones difíciles de solucionar, Dios tan solo espera que abramos nuestro corazón – por más sucio y duro que pueda estar – para entrar y transformar el caos en nuestras vidas en paz interior. Y hacer de las ruinas de nuestro pasado, eternas columnas de edificación.
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