Hubo un tiempo en que los hijos respetaban a sus padres, llenándolos de orgullo. Por eso, era normal que las familias fuesen grandes – al contrario de lo que vemos en los días de hoy, donde la mayoría de los niños tienen solo un hermano o hermana. Uno de los mayores motivos de este cambio es el simple hecho de vivir en una generación rebelde.
Actualmente, los padres le tienen miedo a sus propios hijos, pues sus malas actitudes generan conflictos verbales y hasta físicos. Muchos hijos rebeldes demuestran tener más respeto por sus mascotas que por sus propios padres, y los consejos de los extraños son más atractivos que los de sus propias madres. Para lidiar con este problema tan profundo, que es la rebeldía, debemos identificar, en primer lugar, sus raíces. La rebeldía fue el primer pecado en este mundo. En realidad, comenzó antes de la creación del hombre, delante de los ojos de Dios. Lucifer, un ángel que estaba muy cerca de Dios, decidió dejar de honrar y glorificar al Creador. Él quería ser semejante a Dios y, dirigido por la ambición de su corazón, se rebeló contra el Señor y arrastró junto con él a muchos otros ángeles. Ese fue el comienzo de la maldad. Dios no tuvo otra elección que expulsar a Lucifer y a sus seguidores del cielo. A fin de cuentas, si permanecían en Su Reino, contaminarían a más ángeles. Eso es exactamente lo que la rebeldía ocasiona: la contaminación de los demás.
Al contrario de la opinión de muchas personas, los hijos no son rebeldes por naturaleza. Si volvemos un poco en el tiempo, recordarás cuán fácil era enseñarle cosas nuevas a tus hijos y cómo ellos confiaban plenamente en ti. Sin embargo, a medida que crecían, fueron contaminados por las actitudes de los demás. Los pensamientos y actitudes rebeldes impregnaron nuestras escuelas, barrios, programas de televisión y canciones. Los niños quieren, a cualquier costo, aquel determinado juego, ver aquel programa de televisión, oír aquella determinada canción, hacer amistades con aquel grupo de chicos… Y así se va generando una contaminación total.
Muchas madres se culpan por no estar haciendo lo suficiente por sus hijos, pero eso puede no ser verdad. La mayoría de las veces, la madre da lo mejor de sí. Su único defecto es no poner los límites necesarios para evitar la contaminación. Vea que Dios, en Su infinita sabiduría, nos enseña, a través de Su Palabra, que debemos apartarnos del mal. Permitir que tus hijos tengan todo lo que quieran y hagan todo lo que desean terminará por llevarlos al camino de la rebeldía. Ellos necesitan tener límites. El niño no tiene la menor idea de cómo determinar sus propios límites y no logra prever el mal; por eso, necesita a sus padres. Claro que no podemos prohibirles que tengan amigos o que vean televisión, pero, seguramente, podemos supervisar sus amistades y el tiempo que están frente a la TV. Crear actividades interesantes para que los niños estén ocupados después de clases también trae buenos resultados.
Una vez alguien me dijo: “El problema de ser padres es que cuando llegamos a tener experiencia, estamos ‘desempleados’, o sea, ¡nuestros hijos ya crecieron!” No vamos a perder más tiempo. ¡Vamos a tomar el control de nuestros hijos para que la rebeldía nunca pueda crear raíces en nuestras familias!