“Haced todo sin murmuraciones y contiendas, para que seáis irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo.”
(Filipenses 2:14-15)
El hijo de Dios no se concentra en lo que es malo, su enfoque está en la Palabra de Dios, en la orden que recibió. Todo lo que hace, lo hace para Dios. Y confía en Su Palabra. Por eso, no murmura, no vive quejándose, no se involucra en chismes, ni crea problemas. Así, se vuelve irreprensible e inculpable, diferente a los hijos de este mundo.
Si el mundo ya estaba pervertido y corrupto en el tiempo en el que el apóstol Pablo escribió esta advertencia, cuánto más en los días de hoy. La diferencia entre los que son de Dios y los que no lo son tiene que ser aún mayor. Es en la luz que los perdidos encuentran esperanza, camino y dirección. Entonces, aunque parezca inútil actuar correctamente donde todos hacen lo malo, recuerde su misión. Un luminar en el mundo de tinieblas. Mostrando, con sus actitudes, que es posible ser de Dios. Sin quejas, sin murmuraciones, mirando todo con los ojos de la fe.
Muchos de los que hoy lo critican, están, secretamente, observando sus acciones y reacciones. Un día, cuando necesiten ayuda, ciertamente sabrán dónde buscar socorro. Por eso, no sirve de nada intentar esconderse. “Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa. Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.” (Mateo 5:14-16).
Sea luz hoy, a donde usted vaya.
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Fuente: Libro “El Pan nuestro para 365 días”, del obispo Edir Macedo